Soy revolucionario desde el
momento en que entendí, que revolución significa cambio radical. Me anote en el
libro de la revolución y sé que nadie podrá borrar mi nombre de allí, la revolución me ha influenciado tanto que no
percibiría la vida sin ella, el día que prescinda de ella seré hombre muerto
entre los vivos, porque en ella encontré la vida y sin ella seguirá la muerte.
Mi vida desde entonces se ha plegado a sus postulados y ninguna cosa tiene
sentido si no está impregnada de su
aroma de libertad y justicia.
Soy su seguidor incondicional, su
propulsor permanente, su ferviente defensor, su constante proclamador y su
consuetudinario practicante, nada ha hecho posible que en treinta (30) años de
militancia en sus filas de un solo paso atrás en medio de los peligros que se
han presentado a lo largo y ancho de este periplo, las vicisitudes pasadas se
han constituido en acicates que han impulsado la perseverancia en ella, de la
misma manera que los combustibles mantienen avivado el fuego, cada vez que se ha
presentado la tormenta con sus huracanes
de poder inconmensurable y han amenazado seriamente la permanencia en ella , la
esperanza de un mundo nuevo ha hecho el milagro de redoblar las fuerzas
perdidas y literalmente resurgir de las cenizas como la mítica ave fénix, para
darle continuidad a lo que se adhirió en mi alma, cuerpo y espíritu,
convirtiéndome en uno solo con ella.
¿Qué cual es el partido y color político a que pertenezco?
A ¡ninguno!
Los niños hambrientos y haraposos
de la calle no tienen color, ni bandera política. Las madres abandonadas,
teniendo que ejercer la prostitución para mantener a su prole no tienen color,
ni pendón de sus preferencias. Los miles
de adolescentes entregados a la promiscuidad y a la desbordante y malhadada
prostitución no tienen color, ni estandarte político. Los millares que lloran amargamente la pérdida de sus
deudos, por el hampa desbordada y sin control, no tienen color, ni blasón político. Las cantidades alarmantes de niños, adolescentes, jóvenes y adultos
que están en las garras del consumo y tráfico de estupefacientes no tienen color, ni pabellón político. Ante
la injusticia, la lenidad, la pérdida de valores, la creciente criminalidad, la
economía depauperada, la corrupción desbocada, el hampa desatada, la educación
en caída libre y la insensatez y tozudez de los responsables directos de la
debacle, ¿se podrá tener color e insignia política?
La revolución en que milito y
defiendo me enseño a ver a todos los seres humanos iguales, a amarlos no por que
tengan meritos o me amen sino porque son
personas, me creo conciencia de pertenencia y lo que se haga con el extranjero,
con el débil, con el anciano, con la viuda, con el niño, con el que no puede
defenderse lo están haciendo con todos los hombres de la tierra. Aprendí que no
hay diferencia por el color de la piel, por el origen geográfico, por los límites
políticos de las naciones, por la descendencia, por la cultura, por la
nacionalidad, etc. etc. no significa esto aprobación de todas las conductas y
comportamientos, sino respecto y consideración por el único ser que lleva la distinción
divina de ser hecho a imagen y semejanza de Dios.
anécdota de la madre Teresa:
Quisiera contar la historia de una joven que no ganaba mucho dinero, pero deseaba ayudar al prójimo sinceramente. Durante un año no llevó ni compró maquillaje alguno y guardó el dinero que habría gastado en comésticos y ropa. Al cabo de un año, me mandó el dinero ahorrado.
La revolución que me recluto me
enseño a derrotar el odio, a vencer al rencor, a rechazar la guerra, a despojarme del egoísmo, a ser magnánimo, a
perdonar el agravio, a disfrutar su completa paz y vivir en total libertad. ¿Quieres
pertenecer a esa revolución? Anótate en las filas del ejército de JESUCRISTO y
comprobaras que me quede corto al hablar de lo que se logra en ella.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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