En
el lugar geográfico, en la familia donde pertenezco y en el entorno donde viví
la niñez, la adolescencia y la juventud, el maestro fue una respetable figura
que disfrutaba del reconocimiento general y ejercía autoridad sin
cuestionamientos entre sus alumnos y liderazgo en la comunidad, los rasgos más característicos
que los identificaba era su vocación de instruir, enseñar y servir. Tengo los
mejores recuerdos de todos los que contribuyeron a mi formación, de la mayoría
de ellos sus nombres aun los tengo en mi mente, he atesorado sus enseñanzas que
están grabadas en mi memoria con fuego,
por lo cual son indelebles, cumpliéndose totalmente lo que está escrito: las
palabras de los sabios son como aguijones y como clavos hincados son las de los
maestros de las congregaciones.
Todas
aquellas enseñanzas que el tiempo no ha podido extinguir han sido mi mejor
equipaje y la mayor tarjeta de presentación en toda mi existencia, el ejemplo
que observe en la mayoría, la abnegación en su desempeño y la dedicación a su
monumental trabajo hicieron que surgiera en mi una especial admiración por su
extraordinaria y consecuente labor, pero también genero personalmente un gran
respeto, tanto que jamás he podido usar una palabra distinta a maestro o
profesor cuando me dirijo a alguno de ellos.
Hay
dos cosas que a mi modo de ver y entender la problemática que han generado un
caos en la educación y formación de las nuevas generaciones, la principal es
que se le quito la autoridad a los maestros con los nuevos y revolucionarios
códigos de protección al menor, como si protegerlos, fuera permitirle hacer uso
y abuso de su condición de infante o adolescente, precisamente si están en
formación, los adultos son los que tienen que formarlos y jamás adaptarse a los
caprichos y vaivenes de los que no saben para donde van, los que tienen la
responsabilidad de enseñarles el camino son los que lo han transitado y conocen
cada recoveco y sinuosidad en él; por otra parte no están ocupando el espacio
de maestros las personas con verdadera vocación para ello, sino que la
dificultad para conseguir empleo impulsa a muchos a desempeñar una función para
la que ni se han preparado, ni tienen vocación, pero solventa la crisis
económica echando mano de lo que es una salida a la carencia de empleo, pero no
un llamado al ejercicio de dicha profesión, además se añade a esto el clientelismo
político y todo prosélito no encuentran mejor opción para emplearlo que en la
educación, las trágicas consecuencias de tan errática metodología, no podemos
ocultarlas y menos endilgarle la responsabilidad a los antepasados.
El
autentico y verdadero maestro pasará por encima de toda contingencia y cumplirá
con fidelidad la exigente tarea de moldear individuos en un medio que cada dio
se torna más difícil y complicado por las implicaciones que conlleva, las
limitaciones a que ha sido sometido por el sistema decadente que ve en los
maestros adláteres incondicionales para la nefasta tarea de ideologizar y no
personas que instruyan y capaciten a la sociedad para ser libres física,
espiritual y mentalmente. Maestros mis respectos y admiración por su tesonera
labor, nunca claudiquen a su maravillosa misión de hacer individuos útiles y
capaces en una sociedad cada da más mediocre y carente del elemental sentido
natural.
Por
el pastor: Fernando Zuleta V.
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