Garabato era el remoquete del
albañil más conocido del pueblo y aunque nunca se sentía aludido por ser
llamado de esa manera, no le era del todo grato, hecho que se puso en evidencia
cuando se caso y entrando ya en confianza con su esposa le pidió el favor de
que al menos ella lo llamara por su nombre de pila, pero de nada sirvió las
razones que el expuso a su consorte, ni el hecho de que infinidad de veces le
pidió de mil maneras que no lo hiciera.
Pasaron años y ella jamás
desistió de llamarlo garabato, mas aun nunca ni por equivocación llego a
pronunciar su nombre, de hecho no se sabía que era más fuerte si la paciencia y
constancia de garabato o la terquedad y tozudez de su cónyuge, lo trascendente
del caso es que así marcharon en el tiempo, creyéndose que garabato había claudicado a su anhelo de
quitarse el remoquete, hasta que la visita a unos parientes dejo claras sus
pretensiones, ese día cayo un vendaval que dejo muy maltrecho el puente
colgante por donde era necesario pasar de regreso a casa y cuando tenían pocos
metros caminando por él, cedió intempestivamente, con el infortunio que la
esposa de garabato fue a parar a las turbulentas aguas, de inmediato recurrió a
pedir socorro, gritando desesperadamente ¡garabato sálvame!, porque para colmo
de males no sabía nadar. Esta situación extrema le dio oportunidad a garabato
de negociar, para erradicar por siempre el mote y acto seguido la conmino,
diciéndole: te sacare del agua si prometes no volverme a llamar garabato, pero
en respuesta a su pedido solo escuchaba, lo que jamás quería volver a oír,
garabato ayúdame, garabato auxilio, hasta que sumergiéndose por completo y sin
poder pronunciar palabra alguna, solamente con una mano visible, aun demostraba
que mantenía su firmeza y que no claudicaría aunque el precio fuera perder la
vida, porque con el dedo índice encorvado hacia la señal clara de un garabato.
Se puede pensar que esta terquedad
es rayana en la imbecilidad, pero es el resultado de no querer cambiar manías o
caprichos y esto por supuesto se vuelve contra quien sostiene una situación por
el solo hecho de llevar la contraria y permitirse el desenfado de asegurar , ¡a
mí no me cambia nadie!.
En la vida tenemos opciones,
vaivenes y circunstancias impredecibles que por fuerza mayor nos hacen cambiar
de ideas, de domicilio y hasta de zapatos, por lo cual no podemos aferrarnos al
tradicionalismo y costumbrismo de una manera irrazonable, argumentando la
consabida frase “siempre lo he hecho así”. La vida está llena de imponderables
y esas situaciones que resultan del desconocimiento del porvenir son las que
nos sorprenden en nuestra dinámica diaria y hacen que consideremos los cambios
y patrones que nos han regido, si debemos variarlos
y si conviene que los mantengamos inalterables en el derrotero
existencial.
No debemos cambiar por esnobismo
y para seguir las tendencias y fluctuaciones contemporáneas, eso equivaldría a
ser carentes de personalidad y de carácter, pero tampoco aferrarnos a la predilección de hábitos del pasado que no son útiles
en el presente, porque entonces nos convertiríamos en anticuarios vivientes.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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