Hay un mal que ha ido creciendo en estos tiempos a un ritmo acelerado, su nombre es: vanidad, no es otra cosa que la falsa valoración de lo que somos en grado superlativo, la creencia súper-valorada de que somos mejores que otros, pero lo peor de esta condición es la seguridad de que los demás deben ser o bien siervos o aduladores a tiempo completo de quien reclama esta posición.
Cada vez que alguien exige de los demás como debe ser tratado, esto tiene dos interpretaciones, la primera es que no está seguro de lo que es, por tal razón tiene que reafirmar quien es, y la única manera de lograrlo es escuchándolo permanentemente de la gente, la segunda causa es que de esa forma ejerce control y dominio y no hay nada que haga sentir mejor al vanidoso que saberse dueño de la situación. Con esta enfermedad del ego, cuando alguien no lo trata como él quiere, aparece inmediatamente la idea de que es irrespetado, que no se le está dando el lugar que merecidamente debe de ocupar y surge la exigencia y la recomendacion aduciendo como debe de ser tratado.
Esto no es mas que el temor a perder la posición, el buen trato no se da por exigencias personales, sino que surge normalmente por lo que la persona es y no por lo que pretende ser, el que está seguro de lo que es, no necesita de que nadie selo diga, el lo sabe y vive en la certidumbre de esa realidad. Cuando apetecemos algo es porque no lo tenemos. Si Ud. Es un caballero o una dama en el estricto sentido de la palabra, no tendrá nunca la necesidad que se lo digan, sabe quien es y para serlo no se hace necesario que otros se lo aseguren, pero el hecho de serlo es reconocido por todos, sin que se haga esfuerzo alguno para conseguirlo.
Las personas a las que constantemente hay que hacerles reconocimientos se alimentan de opiniones y conceptos que los exalten, porque tienen un vacio que necesita ser llenado, pero son como el recipiente para líquidos con un agujero , nunca se llena aunque permanentemente se le este echando el agua. Ese es el caso de porque le cuesta tanto el retiro de los escenarios a los artistas o porque regresan una y otra vez a la actuación, necesitan ese alimento que se termina cada vez que acaba la función, que se llama reconocimiento.
No es malo el reconocer los meritos de las personas, lo malo es que el no ser reconocido cause problemas de auto-estima, y sobrevenga el estado de angustia, que finalmente conduce a la depresión. Un individuo con mente sana y una personalidad equilibrada nunca necesita reconocimientos, su circunspección es la demostración contundente de un individuo equilibrado y que está en dominio y control de todas sus facultades mentales.
Hoy en día se ha extendido esa enfermedad auto-destructiva que se llama vanidad a niveles asombrosos, porque se ha combinado la búsqueda de satisfacción de las multitudes para sus necesidades primarias emotivas, como son la aceptación y el afecto, volcando en un persona toda esa frustración, esperando vanamente que llene ese vacío existencialista y esa relación aunque solo es platónica y por poco tiempo sirve de catarsis y mecanismo de escape a la realidad. La otra es que el ídolo necesita ser idolatrado y sin reparo de ninguna naturaleza, no solo acepta sino que reclama que sus seguidores lo eleven al nicho de grandeza que la vanidad le hace creer de que es merecedor.
La vanidad produce una vida artificial y una personalidad enferma, porque ni es cierto lo que el individuo reclama ser y ni tampoco la grandeza que pretende tener, de tal forma que vive en la ficción o en un estado ilusorio que cada día lo aleja más de la realidad, la vanidad es causante de malas relaciones y de que los que están inmersos en ella, la fantasía sea su permanente acompañante, si estas en las garras de tan terrible depredador del espíritu, solo puedes vencerla dejando espacio en tu corazón para la compañía de Jesucristo, El es el único que te hará libre.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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