jueves, 11 de enero de 2018

EL EGOÍSMO MAL ACOMPAÑANTE.


Se escucha en el túnel del tiempo el eco de los años y con mayor intensidad todo lo que hiciste por el amigo o el hermano.

La mejor inversión que se puede hacer en esta tierra es por la gente, Jesucristo el Salvador no tuvo otra motivación para dejar su trono de gloria que la necesidad de las personas.  Todo su capital moral y espiritual lo invirtió para el bienestar nuestro y el legado que dejo tenía como premisa a los individuos, nada era más importante que los seres humanos, por esa razón ordeno a sus discípulos continuar su obra con el mismo propósito y objetivo, hacer todo y más de lo que se pueda por la humanidad.

Si no tenemos interés genuino por las personas, jamás lo tendremos por Dios, los seres humanos son de carne y hueso y estamos entre ellos y conocemos sus capacidades y limitaciones, vemos sus necesidades y escuchamos sus lamentos, ¿eso no nos impulsa a propiciar ayuda, ponernos a su lado y extender la mano compasiva? Si no hacemos nada por nuestros semejantes ¿lo haremos por Dios a quien no vemos?. Como decía un amigo mío, eso no se lo creen ni los sapos.

La mayoría de los problemas que arrastramos se debe a la incapacidad de condescendencia con nuestros semejantes, por tener la perversa inclinación al egoísmo, este a su vez encarna uno de los lados obscuros del individuo por la pretensión de acaparamiento y esto es en todos los niveles y latitudes; ese comportamiento comienza su incipiente manifestación en la niñez, cuando con obstinación nos negamos a compartir lo que tenemos con otros y aunque parece una conducta innata, se va reforzando cuando somos requeridos a cuidar nuestras pertenencias de una forma extremista al prohibirnos prestar los juguetes o al recibir peroratas por compartir algunos con otros niños.

Me recuerdo cuando uno de mis hijos nos acompañaba a la casa de unos amigos y el niño de ellos tenía gran cantidad de juguetes para divertirse, lo oí decirle al mío, no puedes tocar sino uno solo, porque tengo prohibido dejar jugar a otros niños con más. Pienso que este tipo de enseñanza ayuda a desarrollar el latente virus del egoísmo en los infantes y refuerza su comportamiento natural inclinado al egoísmo.

En mi entendimiento particular siempre he visto que el deseo de tener las cosas sin restricciones, ni límites, genera un mal que hace una peligrosa fusión de egoísmo y narcisismo, creando una propensión a negar todo beneficio a los demás y a tomar las cosas como si solo a nosotros nos pertenecen,  usando cualquiera sea la excusa para el acaparamiento, como las ridículas de decir me lo merezco porque soy más bella (o), más simpático (a), más inteligente y más, mas, mas.

Este tipo de comportamiento esta diseminado en todo el globo terráqueo y lo peor del caso es que se acepta como normal y se va mas allá, cuando aconsejamos a ser mejores que todos, a distinguirnos por los logros alcanzados, a ver en el progreso una marca que la catalogamos de superioridad, acicateamos con el permanente llamado a ser orgullosos y a una constante confrontación entre ganadores y perdedores. 

No hemos entendido que somos diferentes y que es con el concurso de todos es que podemos salir vencedores, la idea central del asunto es apuntalar a otros para que se superen, no para ganar a los demás, sino para ser mejor en lo personal cada día, estamos mal enfocados si vemos como rivales a las demás personas, la idea de la superación, es individual, pensar de manera sencilla pero objetiva: hoy debo ser mejor persona, debo hacer mayores cosas en beneficio de otros, cuando podemos vencer el egoísmo nada será más importante que los demás.

Pensando en esto les dejo esta palabra del Señor: (Proverbios 16:32) Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad.



Por el pastor: Fernando Zuleta Vallejo.

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