Se escucha
en el túnel del tiempo el eco de los años y con mayor intensidad todo lo que
hiciste por el amigo o el hermano.
La mejor
inversión que se puede hacer en esta tierra es por la gente, Jesucristo el
Salvador no tuvo otra motivación para dejar su trono de gloria que la necesidad
de las personas. Todo su capital moral y
espiritual lo invirtió para el bienestar nuestro y el legado que dejo tenía
como premisa a los individuos, nada era más importante que los seres humanos,
por esa razón ordeno a sus discípulos continuar su obra con el mismo propósito
y objetivo, hacer todo y más de lo que se pueda por la humanidad.
Si no
tenemos interés genuino por las personas, jamás lo tendremos por Dios, los
seres humanos son de carne y hueso y estamos entre ellos y conocemos sus
capacidades y limitaciones, vemos sus necesidades y escuchamos sus lamentos,
¿eso no nos impulsa a propiciar ayuda, ponernos a su lado y extender la mano
compasiva? Si no hacemos nada por nuestros semejantes ¿lo haremos por Dios a
quien no vemos?. Como decía un amigo mío, eso no se lo creen ni los sapos.
La mayoría
de los problemas que arrastramos se debe a la incapacidad de condescendencia
con nuestros semejantes, por tener la perversa inclinación al egoísmo, este a
su vez encarna uno de los lados obscuros del individuo por la pretensión de
acaparamiento y esto es en todos los niveles y latitudes; ese comportamiento
comienza su incipiente manifestación en la niñez, cuando con obstinación nos
negamos a compartir lo que tenemos con otros y aunque parece una conducta
innata, se va reforzando cuando somos requeridos a cuidar nuestras pertenencias
de una forma extremista al prohibirnos prestar los juguetes o al recibir
peroratas por compartir algunos con otros niños.
Me recuerdo
cuando uno de mis hijos nos acompañaba a la casa de unos amigos y el niño de
ellos tenía gran cantidad de juguetes para divertirse, lo oí decirle al mío, no
puedes tocar sino uno solo, porque tengo prohibido dejar jugar a otros niños
con más. Pienso que este tipo de enseñanza ayuda a desarrollar el latente virus
del egoísmo en los infantes y refuerza su comportamiento natural inclinado al
egoísmo.
En mi
entendimiento particular siempre he visto que el deseo de tener las cosas sin
restricciones, ni límites, genera un mal que hace una peligrosa fusión de
egoísmo y narcisismo, creando una propensión a negar todo beneficio a los demás
y a tomar las cosas como si solo a nosotros nos pertenecen, usando cualquiera sea la excusa para el
acaparamiento, como las ridículas de decir me lo merezco porque soy más bella
(o), más simpático (a), más inteligente y más, mas, mas.
Este tipo de
comportamiento esta diseminado en todo el globo terráqueo y lo peor del caso es
que se acepta como normal y se va mas allá, cuando aconsejamos a ser mejores
que todos, a distinguirnos por los logros alcanzados, a ver en el progreso una
marca que la catalogamos de superioridad, acicateamos con el permanente llamado
a ser orgullosos y a una constante confrontación entre ganadores y perdedores.
No hemos
entendido que somos diferentes y que es con el concurso de todos es que podemos
salir vencedores, la idea central del asunto es apuntalar a otros para que se
superen, no para ganar a los demás, sino para ser mejor en lo personal cada día,
estamos mal enfocados si vemos como rivales a las demás personas, la idea de la
superación, es individual, pensar de manera sencilla pero objetiva: hoy debo ser
mejor persona, debo hacer mayores cosas en beneficio de otros, cuando podemos
vencer el egoísmo nada será más importante que los demás.
Pensando en
esto les dejo esta palabra del Señor: (Proverbios 16:32) Mejor es el lento para la ira que el
poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad.
Por el
pastor: Fernando Zuleta Vallejo.
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