Cuando la
multitud ruge, el poder de los tiranos tiembla.
Un pueblo con esperanza es maleable, un pueblo sin esperanza es un alud inesperado, que
todo lo que encuentra en su recorrido lo arrasa sin contemplación, los pueblos
que se enfervorizan se olvidan del peligro, porque su desazón
anula las ideas y actúan como autómatas arrastrados por fuerzas
impulsivas indetenibles.
Las turbas enfurecidas se olvidan de la mesura y despedazan todo equilibrio, irrumpiendo como
feroces huracanes incontenibles dejando a su paso destrucción y ruina. Si, son
solo grupúsculos pueden ser reducidos y exterminados, pero pueblos enteros
enajenados, no habrá dique de contención humana capaz de controlarlos y se
comportan como las ciertos carnívoros cuando atacan a un enemigo mucho más
poderoso que ellos, que no importa la cantidad de víctimas sino la aniquilación
de su oponente.
Ocultar la
verdad no la hace desaparecer, eso retarda un poco su evidencia, pero es
imposible que la elimine, es una deformidad de todo sistema autoritario, los
manipuladores de oficio que se encuentran en precariedad de condiciones, niegan
con empecinamiento la realidad de los acontecimientos, es una constante de
todos ellos. La tozudez hace que cierren los ojos para no ver, tapen los oídos para
no oír y los anestesia para no sentir. El único sentido que ejercitan con
abundante profusión es el de hablar, porque pierden hasta el olfato para no oler
la nauseabunda atmósfera que los circunda.
Están siendo devorados por la realidad que los envuelve, pero no sienten, se cocinan en el
agua hirviendo, sin darse cuenta que la temperatura ha sobrepasado los límites
de poder resistirla, eso se llama el síndrome de la rana hervida, la
temperatura ha ido subiendo con pausa pero permanente, no se dan cuenta que se están
sancochando a fuego lento. Si lo llegan a descubrir, es cuando no hay remedio
para el mal.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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