De la navidad se habla mucho, se
espera bastante, es un cumulo de esperanzas y una fuente de buenos deseos,
crean un ambiente de expectativas y hace que el activismo se desborde, en ella
hay una extraña mezcla de euforia y de pasión
que dan como resultado una acción trepidante por alcanzar y conseguir
cosas que satisfagan el anhelo de estar bien, en el medio de toda esta baraúnda
no hay espacio para la quietud, ni para el reposo, las calles están atiborradas
de individuos que van y vienen, se detienen miran, piden información sobre
objetos y cosas que ya escasearon o se vendieron porque fue grande la demanda,
la promoción hizo su efecto psicológico y logro que consideraran un punto de
honor tenerlos, pues se constituyo en un trofeo codiciado al extremo, que si no
se obtendría la navidad no estaría completa.
Observando todo esto me pregunte,
¿donde está la paz y los buenos augurios que expresan los cultores y amantes de
la navidad? Y me dije para mis adentros, esto no es otra cosa que el resultado
del modernismo, cambiar los valores reemplazándolos por eufemismos y
convirtiendo las tradiciones que tenían algún tinte de espiritualidad por una
oportunidad para el mercantilismo despiadado y altamente perjudicial a la mente
y al espíritu.
La navidad se mudo, ahora lo que
tenemos es el nombre que usurpo una época para usarlo a conveniencia particular
y explotar a los cándidos, contribuyendo en este tiempo a engrosar las arcas de
los opulentos y a los explotadores de oficio, mermando a un mas las menguadas
reservas del común del pueblo, que son los que sufren este ataque virulento y
despiadado contra sus bolsillos, raidos y rotos de tanto meter la mano en ellos
para sacar dinero y gastarlo en nimiedades.
Aun lado del el ojo del huracán de todo este zafarrancho, hay
en una banca de la plaza central al
parecer la única persona cuerda y
sensata que parecía alejada de la marejada que crecía con rapidez inusual y que amenazaba con causar una grande
inundación de impredecibles consecuencias y acicateado por la duda y la
curiosidad interrumpí su aparente calma y
sentándome a su lado, le dije: ¿y cómo está pasando la navidad?
Este era un hombre de edad avanzada.
Donde los surcos que aparecían en su rostro delataban el inmisericorde paso de
los años y la marca indeleble de su trascurrir
arrollador, pero la huella más profunda y delatora no era la que se podía ver a
simple vista ocasionada sin piedad por los arañazos que las garras del tiempo
habían dejado en su físico menguado,
sino aquella que había en su alma desgarrada y en su espíritu quebrantado, en
lo interno de su ser se debatía la amargura apuntalada por la opresión y el
desencanto. No estaba disfrutando del reposo del guerrero que acumulo batallas
y derrotas en su periplo terrenal y aun permanecía en pie como el roble enhiesto
que le falto el agua y fue abatido sin
compasión por los vendavales, pero que solo hicieron que sus raíces se
profundizaran para resistir toda la escases y todas las tormentas de la vida, sino que obligado por las circunstancias a
estar en el ostracismo y el aislamiento no alcanzaba a entender porque se
encontraba en esa curva de la vida donde no se existía la posibilidad de
conseguir una línea reta que lo enrumbara a encontrar el sosiego y la paz que
clamaba su atormentado corazón. Mientras observaba aquel deambular inusitado
con movimientos como si no tuvieran rumbo ni dirección, oía de los labios de mi
improvisado acompañante las cuitas de su alma destrozada, con el característico y enfatizado acento de
quien no tiene esperanzas y se ha quedado sin opciones en la vida.
Brotaban a raudales las quejas y
se multiplicaron los lamentos, se abrieron de par en par las compuertas del recinto cerrado de su interior que habían
permanecido trancadas con los herrumbrosos cerrojos del silencio y la soledad, dando paso a una verborrea que
desnudaba por completo su alma angustiada, dejando a la vista los despojos de una vida consumida por el resentimiento y
el rencor, no era una radiografía, sino como si hubiera tenido la capacidad de
voltearse al revés y pudiera mostrar todas sus viseras y sus entrañas, cuando
lo escuchaba esta era la extraña sensación que me embargaba. Por primera vez
estaba viendo un alma que se desnudaba sin pudor ni condición.
Nunca me dio respuesta a la pregunta que use como excusa para
comenzar el dialogo y fue su oportunidad para vaciar su interior de toda
acumulación de gases tóxicos que lo estaban asfixiando, me hablo de la mujer,
de los hijos, de los vecinos, de la comunidad, de los ricos, del gobierno y aun
de la muerte, diciendo que no hace el trabajo cuando se necesita, sino cuando
le da la gana, en todo su extenso repertorio de acusaciones y señalamientos no
encontró a nadie que escapara como responsable de lo que el mismo definió, como
miserable vida, me limite solo a escuchar y a observar, tratando de encontrar
un punto de inflexión o una coyuntura que pudiera unir las dos situaciones
opuestas y hacerlas converger a un mismo canal para conseguir una acercamiento
que me permitiera la conciliación en los dos polos antagónicos, por más que me esforzaba en encontrar ese
lugar que permitiera el acercamiento a dos situaciones en total oposición, me
fue imposible.
Mire me dijo señalando a la gente que pasaba
frenética a nuestro derredor, Ud. cree
que a alguno de ellos le importa un viejo como yo, que habrá quien se detenga a
preguntarme si tengo hambre, si tengo a donde ir, si estoy enfermo, si tengo
necesidades, si tengo con quien pasar la navidad, los varones se ven abstraídos
y las mujeres ensimismadas y todos andan como si estuvieran caminando por
pandemónium, la capital del infierno, no se ve en ninguno el más leve rastro de compasión, cada uno piensa en sí mismo y
su modo de caminar apurados los delata de que son egoístas empedernidos.
Nadie tiene compasión parece que
se fue y nunca más regreso o tal vez ya la borraron del diccionario, pero me
temo lo peor, la expulsaron del pensamiento y la desarraigaron del corazón,
porque pensándolo bien ella vivía sin que se conociera su existencia y es muy
posible que al haberse delatado su presencia comenzó la persecución implacable
y el asedio sin límites para aniquilarla, porque como se explica que los
corazones estén vacíos en su totalidad, porque no se ven ni siquiera huellas o
rastros de que en alguna oportunidad se hospedo en alguno de ellos.
No se ve en la cara de nadie una
muestra de interés por otros, andan con rostros inexpresivos que son la
manifestación clara de que nada les importa de lo que está alrededor, se ocupan
de sí mismos, la reciprocidad es ajena y desconocida en sus vidas, no hay un
pequeño atisbo de querer compartir, ¿Qué le ha pasado a este mundo que carece
de los más elementales valores? ¿Qué corrientes poderosas lo están arrastrando
a un salto terriblemente destructivo y mortal? ¿Qué fuerzas desconocidas y
descomunales lo someten y lo deshumanizan con tanta brutalidad? ¿A dónde
llegaremos con tanta indolencia y carencia de sentido común? ¿No estaremos
pisando el acelerador a fondo con el fin de auto-destruirnos? ¿Este frenético
comportamiento nos estará diciendo que hemos perdido el juicio y la razón? Estamos
en un mundo caótico que no solo ha
enrarecido la atmosfera con cuanta
sustancia toxica pueda lanzar al aire, ha arruinado el medio ambiente,
convirtiendo los pulmones de la tierra en áridos desiertos, los océanos en
peceras pestilentes, pero pienso que lo peor es que ha contaminado su espíritu
y ha entregado su alma al disfrute de todas las pasiones desordenadas y su
cuerpo a todos los placeres y excesos que la permisividad y la carencia de
templanza les permite. No hay dominio propio todos propulsan la tendencia
perniciosa de hacer todo lo que traiga
disfrute, sin importar a quien o a cuantos perjudican con su desordenado comportamiento.
Nunca he recibido de la gente algo
bueno, si no es vejámenes y desprecios, rechazos y maldiciones, en esa
disyuntiva y ante la incapacidad de dilucidar este galimatías, me interrumpió
sacándome de mi letargo ¿Qué piensa Ud. de todo lo que le he dicho, tengo razón o
no? mi respuesta no obedeció a una metódica planificación, sino a la sorpresa
de lo inesperado y solo atine a contestar con otra pregunta ¿se ha mirado en su
interior y a sacado la cuenta de cuánto
tiene de culpa de todo lo que le ha pasado? Al juzgar por la impresión en su rostro
y la duda para retomar la conversación anticipe que metí el dedo en la llaga
sin proponerme.
Viéndome por primera vez en el control de la situación
aproveche el desconcierto y le dije: nadie es culpable de su infelicidad, Ud.
Es dueño de sus decisiones y si fueron malas o buenas las consecuencias también
son suyas y corresponden con exactitud al carácter de sus actos.
¿Cómo ha vivido Ud. A estado
pendiente de las personas, las ha amado? ¿En su juventud proveyó para los
necesitados, auxilio a los pobres, dio comida al hambriento y vistió al
desnudo? Me riposto con cólera y gran molestia diciéndome: yo tenía que
disfrutar mi juventud, ella es una sola y no hay otra oportunidad, por supuesto
respondí, pero también la vejez es una sola y si en la juventud no hizo
previsión para ella, al llegar ese momento ineludible solo tendrá reconcomio
y culpara a los demás, porque las
oportunidades las hecho por el bajante de la poceta y ya no hay opciones de
recogerlas, se fueron muy lejos y se desasieron en las aguas putrefactas de la
contaminación generalizada y las penumbras del tiempo se encargaron de borrar y
hacer difusas sus siluetas.
Parándose como impulsado por un
resorte dijo: me voy Ud. Es otro igual a todos y sin agregar más palabras
comenzó a marchar interrumpiendo el trepidante paso de los demás porque su
caminar lento y arrastrando una pierna visiblemente lastimada le impedía andar
al paso redoblado de la copiosa procesión.
Al verlo caminar penosamente y
al rebobinar pensando en todo lo que
dijo, con lo cual había dado a conocer todo su pasado borrascoso y alejado por
completo del equilibrio y la sobriedad recordé las sabias palabras de la
Biblia: acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes de que vengan
los días malos, y lleguen a los años de los cuales digas: no tengo en ellos
contentamiento. (Ec. 12:1).
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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