Aquí nos acostumbramos a tener de todo y fácil y además solo considerábamos
que lo importado es lo que vale la pena, recuerdo que hace 34 años quisimos
montar un pequeño taller de vestidos para niñas, compramos las mas buenas y bellas telas que había en el mercado y por
supuesto que eran importadas, pero la confesión por razones obvias se hacía
localmente, mi esposa muy hábil y de buen gusto elaboraba unos vestidos
primorosos de primera calidad que no tenían nada que envidiarle a lo foráneo,
al salir a ofrecerlos llamaban de inmediato la atención, porque entre otras
cosas estaban en la línea de lo barato y lo primero que hacían los posibles
clientes era buscar la etiqueta para asegurarse su procedencia, al no
conseguirla, venia la consabida e
invariable pregunta ¿son importados? Con honestidad mi respuesta siempre era
no, en ese instante desaparecía el impacto y la magia se esfumaba y aunque me
esforcé ofreciendo y explicando las bondades
del producto me fue imposible convencer a alguien de adquirirlo.
Justo al frente donde vivíamos había una quincalla y la dueña quedo
deslumbrada por la variedad y belleza de nuestros productos y se aventuro a comprar una docena y entre otras cosas fue la única venta que hicimos y a un
precio muy por debajo de lo esperado, paso el tiempo y nunca nos llamo para
hacer un nuevo pedido, al año pase por el lugar y mi sorpresa fue mayúscula,
cuando vi todos los vestidos aun en exhibición y la queja de la señora que sin
poder ocultar la frustración fue: perdí mi dinero, a nadie le interesan los
vestidos porque no son importados.
Esa inclinación de que solo lo que venía de otras latitudes valía la pena
creó una condición malsana y origino un desmedido gusto por todo aquello que
fuera foráneo, me recuerdo de una conversación con un amigo sobre los productos
que vendía cierta tienda y me aseguro diciendo: todo lo que he comprado allí,
jamás ha servido para nada, pero todos compraban porque tenía el sello de
distinción de importado.
Esta es la consecuencia directa de ser productores de petróleo a gran escala
y por tener tanto comenzó el trueque por baratijas y nunca nos dimos cuenta que
había que usar esa bendición de Dios para salir del subdesarrollo hasta
hacernos independientes en la parte económica y al parecer la convertimos en
maldición, aquí oímos sobre el engaño que hacían los astutos conquistadores a
los ingenuos nativos, al cambiar el codiciado oro por minucias como espejitos,
cintas para el pelo, cinturones de cuero que los que los adquirían se los
ponían como adorno alrededor de la cintura porque no usaban pantalones sino
guayuco en el mejor de los casos, así
que no era extraño ver un aborigen
desnudo con un llamativo cinturón de cuero envolviendo sus lomos o una
hermosa chica nativa llevando como único objeto que cubría su escultural cuerpo una cinta en su
larga, azabache y lacia cabellera.
Cuando se descubrió el oro negro, aunque otros lo llaman el estiércol del
diablo, ya dizque civilizados y ufanos por haber superado épocas difíciles y
estar en la cresta de la ola del modernismo y la tecnología caímos en la trampa
de nuevo y ahora cambiamos el petróleo por cosas que no traen ningún beneficio
a quienes lo producen, los comercios están abarrotados de cosas innecesarias y las
que necesitamos de pésima calidad, los tiempos han cambiado pero al parecer la
mente no ha evolucionado y seguimos cambiando las riquezas naturales por
productos de quincallería que dejan enormes beneficios a los que se llevan el
petróleo, pero altísimas perdidas a sus productores.
El resultado es que entre más petróleo producimos, mas bajamos la calidad
de vida, porque no se pude pretender que cambiemos oro por oropel y sigamos
siendo ricos.
Los cambios tienen forzosamente que ser mentales, porque no podemos
administrar fortunas con el espíritu de indigentes, no podemos ser libres con
el espíritu de esclavos y no podemos ser triunfadores con el espíritu de
los perdedores. Quien no cambia su mente
no está en condiciones de influenciar y caminar a compasadamente con un mundo en
constante evolución.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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