Dedicado a
mi familia en el extranjero y a todos los inmigrantes.
Hace 40 años
Salí de mi patria con un fardo lleno de ilusiones y pensaba muy dentro de mí,
regresare cargado del bien.
Cuando me
vine buscando nuevos horizontes, no me apercibí que cada ola que llega a la
ribera era diferente, aunque sea muy parecida a la que antecedió o precedió. Cada una cuenta su propia
historia sin importar que origen tenga o si el recorrido que haya echo sea el mismo u otro. Lo que si no
altera el patrón es que todas murieron en la playa y jamás tuvieron opción de
regresar.
Por supuesto que nosotros no somos ondas que
nacen, avanzan y mueren sin retorno. Pero si tenemos algo en común: sabemos dónde
nacemos y no donde terminaremos nuestra
efímera aventura terrenal.
Comprendo
tus cuitas como nadie, entiendo tu desazón
y se la razón de tu angustia.
Echamos en nuestras maletas cúmulos de sueños y sin mirar en la distancia lo
ignoto que nos depararía el futuro, con el pensamiento en tiempos mejores y en
oportunidades mayores, emprendimos el éxodo a la tierra desconocida que
colmaría en su totalidad nuestros más caros sueños.
Allí
surgieron cambios imprevistos y poco pensados, nueva cultura, forma de comunicación, todo dio un tremendo contraste,
tuvimos que adaptarnos a horarios diferentes, forma de vestir, comida y
costumbres que no nos pertenecían, pero
si queríamos mantener la quimera de que viviríamos felices para siempre,
aceptamos de buena gana todo lo impuesto por las circunstancias y avanzamos en el medio de todas las tempestades seguros
de vencer. Pero hay un vacío que no ha podido ser llenado con los logros en
otras latitudes, nuestros ancestros, nuestro origen, nuestra cultura, están
enraizadas en lo más profundo de nuestro ser y no podemos encontrar realización
plena porque nos falta el calor de la tierra que nos vio nacer y el afecto de
todos los que amamos y forman el circulo de familia y amigos, que hacen de la
intimidad nuestra pertenencia más preciada. Y donde estamos no la disfrutamos
Tengo los
zapatos puestos de todos los inmigrantes y se dónde aprietan y cuanto duelen los callos y
las ampollas, cuando caminamos por sendas impredecibles y con calzado
inadecuado.
Conozco el
anhelo del corazón itinerante y entiendo la melancolía del alma que añora todo
lo que dejo atrás, los recuerdos que torturan sin contemplación al traer a la
memoria aquel tiempo cuando dar unos pocos pasos eran suficientes para
encontrarnos en familia.
Ahora cada
remembranza es una cuota que se suma a la abultada melancolía y el tiempo
indetenible que parece que nos deja sin retorno, solo suspiros de infructuosa
inquietud son exhalados llevando en ellos la nostalgia de recuerdos imborrables
de épocas que nunca volverán.
Pero la
esperanza aún existe y mientras haya hálito de vida permanecerá en los aposentos del alma
aguardando la ocasión propicia para convertirse en realidad.
Por el
pastor: Fernando Zuleta Vallejo
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