viernes, 22 de diciembre de 2017

INMIGRANTES: LOS ENTIENDO.



Dedicado a mi familia en el extranjero y a todos los inmigrantes.

Hace 40 años Salí de mi patria con un fardo lleno de ilusiones y pensaba muy dentro de mí, regresare cargado del bien.

Cuando me vine buscando nuevos horizontes, no me apercibí que cada ola que llega a la ribera era diferente, aunque sea muy parecida a la que  antecedió  o precedió. Cada una cuenta su propia historia  sin importar que  origen tenga o si el recorrido que  haya echo sea el mismo u otro. Lo que si no altera el patrón es que todas murieron en la playa y jamás tuvieron opción de regresar.

Por supuesto que nosotros no somos ondas que nacen, avanzan y mueren sin retorno. Pero si tenemos algo en común: sabemos dónde nacemos  y no donde terminaremos nuestra efímera aventura terrenal.

Comprendo tus cuitas como nadie, entiendo tu desazón  y se la razón  de tu angustia. Echamos en nuestras maletas cúmulos de sueños y sin mirar en la distancia lo ignoto que nos depararía el futuro, con el pensamiento en tiempos mejores y en oportunidades mayores, emprendimos el éxodo a la tierra desconocida que colmaría en su totalidad nuestros más caros sueños.

Allí surgieron cambios imprevistos y poco pensados, nueva cultura, forma de comunicación, todo dio un tremendo contraste, tuvimos que adaptarnos a horarios diferentes, forma de vestir, comida y costumbres  que no nos pertenecían, pero si queríamos mantener la quimera de que viviríamos felices para siempre, aceptamos de buena gana todo lo impuesto por las circunstancias y avanzamos  en el medio de todas las tempestades seguros de vencer. Pero hay un vacío que no ha podido ser llenado con los logros en otras latitudes, nuestros ancestros, nuestro origen, nuestra cultura, están enraizadas en lo más profundo de nuestro ser y no podemos encontrar realización plena porque nos falta el calor de la tierra que nos vio nacer y el afecto de todos los que amamos y forman el circulo de familia y amigos, que hacen de la intimidad nuestra pertenencia más preciada. Y donde estamos no la disfrutamos

Tengo los zapatos puestos de todos los inmigrantes y  se dónde aprietan y cuanto duelen los callos y las ampollas, cuando caminamos por sendas impredecibles y con calzado inadecuado.

Conozco el anhelo del corazón itinerante y entiendo la melancolía del alma que añora todo lo que dejo atrás, los recuerdos que torturan sin contemplación al traer a la memoria aquel tiempo cuando dar unos pocos pasos eran suficientes para encontrarnos en familia.

Ahora cada remembranza es una cuota que se suma a la abultada melancolía y el tiempo indetenible que parece que nos deja sin retorno, solo suspiros de infructuosa inquietud son exhalados llevando en ellos la nostalgia de recuerdos imborrables de épocas que nunca volverán.

Pero la esperanza aún existe y mientras haya hálito de vida  permanecerá en los aposentos del alma aguardando la ocasión propicia para convertirse en realidad.


Por el pastor: Fernando  Zuleta Vallejo

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