Calamidad es
una palabra descriptiva que no explica de manera fehaciente la dura
realidad del pueblo venezolano en el
presente, siempre he dicho y sostengo que ignorar los problemas no aporta
soluciones a ellos, que negar no los hace desaparecer o que huir de ellos no
los elimina.
Los
connotados dirigentes políticos del país a mi modo de entender están en una
burbuja aislada e impenetrable y su opacidad les impide ver afuera y darse por
enterados de lo que sucede a su derredor o con simpleza rayana en la
mediocridad esperar que sucedan milagros económicos que hagan verlos como
salvadores del desastre que ellos mismos ocasionaron con su incapacidad e
ineficiencia en la conducción del Estado.
Andan
desapercibidos, sin entendimiento y queriendo hacer crecer la vegetación en el
más abrupto e inhóspito de los
desiertos, no por ser imposible sino por carecer de las herramientas
tecnológicas y los conocimientos científicos para llevar adelante lo que sin
dudas es más utópico que realista.
Podemos
inferir por los resultados de tan nefasta administración en casi 20 largos y
penosos años, que de lo malo que era la cuarta, pasamos a la peor que es la
quinta, y con paso redoblado estaremos en breve tiempo en la paupérrima.
Esta llamada
revolución bonita por los defensores a ultranza de la abyecta ignominia que
padecemos propios y extraños en esta bella tierra, es tal vez la idea más
insensata de una mente que vio en un sistema obsoleto, decadente y fracasado el
medio para sacar de lo inservible algo útil. La naturaleza nos da lecciones de
supervivencia y capacidad para mejorar la descendencia; las hembras en celo
copulan solo con los machos que han vencido en épicas batallas a los que
reclaman el derecho de aparearse para dejar herencia y solo los más fuertes y
poderosos se ganan ese privilegio, eso es lo que los biólogos llaman “selección
natural”
Sabemos por
observación, estudio, experiencia y sobre todo por ley natural que nada
inferior da origen a algo superior, nunca podremos conseguir haciendo lo malo,
buenos resultados. Así mismo el que delinque no pude esperar ser premiado sino
ser castigado.
Una nación al
borde del colapso en donde los que están dirigiendo su derrotero están empecinados
en negar la realidad solo por no aceptar los yerros y equivocaciones en que han
incurrido en el manejo de la economía, hace presagiar sin ser adivinos, ni futurólogos
que la hecatombe en que estamos inmersos producirá una explosión que arrasara, al
país convirtiéndolo en estepa solitaria.
Nadie podrá escapar
del desborde formidable que producirán las riadas de la insatisfacción, cuando el
hambre enceguecedora, las pandemias contagiosas, la explosión de la delincuencia
a escala incontenible y las necesidades de todo bien para la sobrevivencia
sobrepasen todos los límites de lo tolerable y se imponga la ley del más fuerte
y el imperio de la selva sea el que reine sobre nosotros.
Podemos observar
el panorama sombrío cubierto por los negros nubarrones tapizados por la angustia que genera la incertidumbre,
sin ver una salida que produzca esperanza, la desazón se unirá a la
desconfianza formando un dúo de consecuencias en extremo peligrosas.
Así estamos
a la expectativa viendo como todo se deteriora, se termina o se hace inservible
y no aparece en el horizonte ninguna fórmula para poner fin a la tragedia de
una gran nación que está hecha pedazos y terminara reducida a polvo.
Con dolor y
asombro estamos desfilando por las ruinas en que ha quedado convertida una nación
pujante cuna de hombres libres y ahora hecha nido de ratas que lo que no pueden comer lo roen hasta hacerlo trizas.
Estamos sufriendo
el síndrome de Estocolmo, porque nos hemos unidos a los que han secuestrado
nuestras vidas, han usurpado nuestros derechos y han hipotecado el futuro de
las postreras generaciones.
Blandenguería
seria el vocablo mas indulgente para definir la aquiescencia con que aceptamos todos
los desmanes y violaciones sistemáticas a que hemos sido sometidos por los políticos
que tomaron la dirección del país y se creyeron en su desvarió que les pertenece
por herencia divina y se han erigido como dueños y señores de lo que es patrimonio
de todo venezolano.
Ocultar toda
la depredación, pasar por alto toda la canallada, conformarnos con migajas, aceptar
el engaño y vivir con la mentira de que somos la Venezuela potencia y la generación
de oro, es auto-engañarnos, es permitir la manipulación y dejar que ciegos nos guíen
por caminos que al final son farallones donde todos vamos a perecer, si
continuamos a sabiendas de cuál será el final, somos responsables directos, en
cada individuo esta la respuesta ¿Cuál es la suya?.
Por el
pastor: Fernando Zuleta Vallejo.
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