martes, 9 de agosto de 2016

PAZ SIN PERDON NO EXISTE



Jamas puede haber paz sin perdón y esto, está establecido en todos los ámbitos, llamase humano o divino.

Cuando el hombre cometió su más trágico error de enemistarse con su Hacedor y aliarse con su más enconado enemigo, Satanás, sin duda alguna fue su peor decisión  unilateral, lo primero que arruino fue la paz que disfrutaba, abriendo las puertas a la  entrada triunfal del caótico miedo, que no es otra cosa que la manifestación primaria de la ausencia de paz y tomando como única alternativa se ocultó de su Creador.

El hombre sin paz levanta las barreras del odio y el resentimiento convirtiendo su existencia en una isla desértica, auto-asilándose para fraguar en la soledad las peores acciones en contra de Dios y sus semejantes. Si  no hay paz en el sentido vertical, con Dios; nunca habrá paz en el  horizontal, con sus congéneres y menos aun interiormente, consigo mismo. La ausencia de  paz en la humanidad es el terrible resultado de una permanente enemistad con Dios. Esto da como resultado la permanente confrontación de la humanidad y el constante enfrentamiento dilucidado por el poder de las armas en todos los escenarios donde se presenta la violencia.

Escuchando las opiniones  relacionadas con las conversaciones de paz entre la guerrilla de la farc  y el gobierno colombiano, muchos usan el ritornello de prohibido olvidar o perdonar, exhibiendo el pendón de la ristra de atrocidades de la guerrilla como baluarte  insustituible para rechazar cualquiera sea el resultado que conduzca a la paz, me doy cuenta que el peor escollo para llegar a la paz proviene de la mezquindad humana para perdonar. 

El ser humano es sumamente benevolente consigo mismo y en extremo reticente con sus congéneres cuando se trata del perdón, siempre nos creemos merecedores de recibirlo, pero incapacitados para darlo, somos como las válvulas que dejan pasar el líquido, pero impiden su retorno. Cada individuo tiene  la caña para medir el tamaño de la ofensa ajena, pero inexistente para calcular la dimensión de la propia, somos muy susceptibles a la critica que nos hacen y demasiado mordaces e implacables con la que hacemos a otros.

Cuando se trata del perdón jamás se puede dar en base a merecimiento, sino a la necesidad de vivir en paz. El pueblo colombiano ha sufrido como ningún otro  la consecuencia de una turbulencia surgida de las reacciones viscerales de quienes no estaban de acuerdo con las decisiones de los políticos de turno y tomaron la vía más trágica, como fue la confrontación armada para dilucidar las tendencias o darle solución a la problemática social presente. Deseaban cerrar la brecha entre la opulencia y la pobreza y consiguieron ensanchar y profundizar el abismo entre las dos tendencias opuestas. Fue un canto de sirena que embeleso a los desposeídos e igual  que en la mítica odisea llevo a los nautas que  escucharon sus fascinantes melodías a hacerse pedazos contra las rocas.

El resultado de estas decisiones sin tener en cuenta las consecuencias ha sido la tragedia más grande y duradera de pueblo suramericano alguno. Las atrocidades cometidas por los contendientes no tienen justificación de ninguna clase, todos los que han participado son culpables y a ninguno puede darse el beneficio de la duda y extenderle el benevolente privilegio de la razón, todos son culpables y si es justicia lo que deseamos el gobierno y su brazo ejecutor, como la guerrilla y sus  actores deben de ser llevados a la picota a juicio sumarísimo. (Continuara)


Por  el pastor: Fernando Zuleta  V.  

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