Jamas puede haber paz sin perdón y esto, está
establecido en todos los ámbitos, llamase humano o divino.
Cuando el hombre cometió su más trágico error de
enemistarse con su Hacedor y aliarse con su más enconado enemigo, Satanás, sin
duda alguna fue su peor decisión
unilateral, lo primero que arruino fue la paz que disfrutaba, abriendo las
puertas a la entrada triunfal del
caótico miedo, que no es otra cosa que la manifestación primaria de la ausencia
de paz y tomando como única alternativa se ocultó de su Creador.
El hombre sin paz levanta las barreras del odio y el
resentimiento convirtiendo su existencia en una isla desértica, auto-asilándose
para fraguar en la soledad las peores acciones en contra de Dios y sus
semejantes. Si no hay paz en el sentido
vertical, con Dios; nunca habrá paz en el
horizontal, con sus congéneres y menos aun interiormente, consigo mismo.
La ausencia de paz en la humanidad es el
terrible resultado de una permanente enemistad con Dios. Esto da como resultado
la permanente confrontación de la humanidad y el constante enfrentamiento dilucidado
por el poder de las armas en todos los escenarios donde se presenta la violencia.
Escuchando las opiniones relacionadas con las conversaciones de paz
entre la guerrilla de la farc y el
gobierno colombiano, muchos usan el ritornello de prohibido olvidar o perdonar, exhibiendo
el pendón de la ristra de atrocidades de la guerrilla como baluarte insustituible para rechazar cualquiera sea el
resultado que conduzca a la paz, me doy cuenta que el peor escollo para llegar
a la paz proviene de la mezquindad humana para perdonar.
El ser humano es sumamente benevolente consigo mismo y
en extremo reticente con sus congéneres cuando se trata del perdón, siempre nos
creemos merecedores de recibirlo, pero incapacitados para darlo, somos como las
válvulas que dejan pasar el líquido, pero impiden su retorno. Cada individuo
tiene la caña para medir el tamaño de la
ofensa ajena, pero inexistente para calcular la dimensión de la propia, somos
muy susceptibles a la critica que nos hacen y demasiado mordaces e implacables con
la que hacemos a otros.
Cuando se trata del perdón jamás se puede dar en base
a merecimiento, sino a la necesidad de vivir en paz. El pueblo colombiano ha sufrido
como ningún otro la consecuencia de una
turbulencia surgida de las reacciones viscerales de quienes no estaban de
acuerdo con las decisiones de los políticos de turno y tomaron la vía más trágica,
como fue la confrontación armada para dilucidar las tendencias o darle solución
a la problemática social presente. Deseaban cerrar la brecha entre la opulencia
y la pobreza y consiguieron ensanchar y profundizar el abismo entre las dos
tendencias opuestas. Fue un canto de sirena que embeleso a los desposeídos e
igual que en la mítica odisea llevo a
los nautas que escucharon sus
fascinantes melodías a hacerse pedazos contra las rocas.
El resultado de estas decisiones sin tener en cuenta las
consecuencias ha sido la tragedia más grande y duradera de pueblo suramericano alguno.
Las atrocidades cometidas por los contendientes no tienen justificación de
ninguna clase, todos los que han participado son culpables y a ninguno puede darse el beneficio de la duda y extenderle el benevolente privilegio de la razón,
todos son culpables y si es justicia lo que deseamos el gobierno y su brazo ejecutor,
como la guerrilla y sus actores deben de
ser llevados a la picota a juicio sumarísimo. (Continuara)
Por el pastor: Fernando
Zuleta V.
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