Hace muchos años conocí una joven que por ese entonces rondaba los 17 años, y aunque solo la vi por un tiempo brevísimo, sus ojos de semblante triston y un poco sombríos nunca se me olvidaron. El asunto es que por treinta años nunca la volví a ver, sinembargo jamas pude pasar desapercibido y menos olvidado aquel encuentro fortuito y rutinario a la vez, como es tan común de relacionarse con otra persona teniendo como propiciador a un intermediario que es conocido de ambas. La cuestión es que siempre que tenia oportunidad preguntaba por la joven de la historia, no agregó detalles delatores y omito en grado superlativo dar indicios de quie es, porque no quiere herir susceptibilidades y menos traer desazón y angustia a quien de forma directa se vea aludido por lo que comento, muchas cosas no las explicó y no puedo ser muy evidente, porque si en alguna oportunidad esa persona lee estas líneas jamas deben darle indicios de quien hago referencia.
Durante variadas ocaciones me indicaron el lugar por donde deambulaba la chica de marras y me aseguraron con vehemencia que si me llegaba a encontrarme con ella, estaban seguros que me seria imposible reconocerla.
Me insinuaron con insistencia que su aspecto físico se habia deteriorado tanto que no existía la posibilidad de reconocer en ella la persona que era antes.
Me dijeron es una ansiana desgarbada, sin dentadura, harapienta, que anda, sin dirección, ni rumbo entregada a la mas abyecta de la impotencia y en la situación mas ominosa que pueda vivir un ser humano.
Hace pocos días vi una con las características descritas por mis informantes y por un instante mire a aquellos ojos y aunque en verdad no habia ninguna otra semejanza o parecido con aquella mujer de la historia, pude deducir que era ella.
En días posteriores la consegui de nuevo en el lugar que otra persona, conocedora del drama y las circunstancias que lo rodeaban, me saco de dudas y me aseguró que ella era la chica que yo creia.
El impacto fue fortísimo y me llevo a tener compacion y ha meditar en la vulnerabilidad del ser humano, de cual endeble es cuando se deja arrastrar por la insinuación de vivir el placer al máximo y desprecia la cordura y el amor propio, porque una persona que se esclaviza de las bajas pasiones y se entrega al destructivo consumo de drogas, no se ama asimisma.
El consumidor de estupefacientes se daña el mismo y arremete con ferocidad contra su propia humanidad.
Ahora los expertos en conducta social, han catalogado y etiquetado al drogadicto como un enfermo, pero se les olvido decir que es una enfermedad que se adquiere por decisión personal y que seria como no estar satisfecho con la buena salud e ir ha comprar al mercado una dosis de equis patología.
¡Saque, sus propias conclusiones!
BENDICIONES.
Por el pastor: Fernando Zuleta Vallejo.
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