El sufrimiento emerge de las
entrañas como una bestia sedienta de sangre que amenaza con arrasar todo a su
paso siniestro y perturbador, invade los aposentos más recónditos de la mente,
el alma y el corazón, por eso es tan avasallante y destructiva su presencia, al
no dejar literalmente espacio sin conquistar y esto por supuesto hace que el
que este a merced de sus despiadadas garras quede sin fuerzas para confrontar
sus arremetidas violentas y feroces ataques.
El sufrimiento es un ataque
directo a los sentidos, deja borrosa la visión, merma de forma considerable el
oído, anula en un alto porcentaje el olfato y reduce a la nada el sabor, pero
sensibiliza con enorme procacidad los sentimientos para que su descarga sea
brutal y despiadada. Pudiéramos compararlo con la electricidad cuando se
encuentra con un poderoso conductor como el agua, multiplica en grandes proporciones su fuerza
letal.
Estas peculiaridades del
sufrimiento son las que hacen imposible que las palabras mitiguen o
aplaquen su desbordada manifestación, llegando a imposibilitar a quien
está inmerso en los caudales de sus ríos, que abandonando su cauce natural
inundando los sentidos hasta dejarlos incapaces de reaccionar con sindéresis y
naturalidad.
Ante tan grande capacidad
destructiva no existe mecanismo humano capaz de frenar y menos erradicar tan
funesto mal, por esa razón es que infinidad de personas han sucumbido ante su
oprobio y violencia y por lógica consecuencia ninguna palabra es capaz de
minimizarlo, aplacarlo o reducirlo, allí en ese estado de indefensión total es
donde se necesita de lo sobrenatural, siendo Dios el único que dispone de la
medicina para curarlo, porque lo primero que El hace ante la densidad e
inmensidad del sufrimiento es verter su amor y el amor de Dios cubre, cicatriza
y sana todas las heridas por profundas y grandes que han horadado el alma y el
espíritu humanos, y allí no puede llegar ningún elemento conocido, ninguna
medicina natural, sino la que imparte en su misericordia infinita Nuestro
Creador.
En incontables ocasiones el
sufrimiento ha atiborrado de tan densa oscuridad las vidas, que al no quedar
resquicio para que penetre siquiera un pequeño haz de luz, las personas no han
tenido la resistencia para soportar, claudicando ante la desesperanza, dando paso
al encuentro prematuro con la pérfida muerte, creyendo vanamente que encontraran
la libertad y el descanso, ignorando por completo que la libertad y el descanso
solo se encuentra en Jesucristo Señor Nuestro. La ignorancia no es un mecanismo
de escape y justificación, porque si eso fuera real, el que toma veneno por
equivocación no debería sufrir el rigor de tan trágico error.
La ignorancia nunca inválida las
leyes, el que viola la ley sin saberlo es igual de culpable, que el que lo hace
con conocimiento de causa, porque en ambos casos se producen los mismos
efectos. Nunca es justificación decir lo hice porque no sabía, por eso es mejor
tener de director de nuestras vidas al Único
Dios Verdadero, porque El nos guardara de tomar decisiones equivocadas y de transitar
por caminos peligrosos, su dirección siempre hará que lleguemos a puerto seguro,
aunque no estemos exentos de dificultades.Si, El nos acompaña estaremos seguros
y en el medio de la tormenta traerá la calma y cuando nos alcance el
sufrimiento nos dará la paz y la capacidad para soportar hasta que el dolor se
mitigue o desaparezca.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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