La envidia siempre ha sido un pésimo acompañante de los seres humanos, rechazado, señalado, indeseado y catalogado como una de las inclinaciones más perversas en los individuos, visto como una escoria y registrado como un defecto funesto por propios y extraños, hasta llegar a menospreciar al que la sufre por ser una debilidad extrema del carácter humano, pero ningún epíteto por peyorativo que sea, a ocasionado que pueda ser erradicado del arsenal maléfico que componen todas las bajas pasiones y los defectos más mórbidos del homos sapiens.
La envidia es la propensión malsana de tener lo que otros poseen, desear con una intensidad tan profunda las cosas ajenas, que esa ansia desmedida raya en la obsesión, llegando a constituirse en una sicopatía que sobrepasa todos los límites de la ponderación y la sindéresis.
Esta enfermedad espiritual arrastra al que la padece a vivir una tragedia cargada de angustia por no poseer lo que otros tienen, procurando obtenerlo sin tener en cuenta los males que le puedan causar a terceros, ya que su cuadro sintomático, no es solo por tener lo de otros sino también hacerles daño al quitarles lo que tienen, sin importar los métodos, muchos han llegado a los extremos de planificar la aniquilación física y aun el asesinato de otros con el fin malévolo de quedarse con sus posesiones, esta perversa patología tiene otro problema conexo con los que la padecen y es que es auto-destructiva, por cuanto el vivir amargado viendo las posesiones de los demás lleva al individuo a estar en una situación de zozobra permanente, lo cual crea un estado paranoico.
La envidia mata dice el refranero popular, esto es sacado de las entrañas del común del pueblo, que entre otras cosas es muy sabia en sus juicios y percepciones y está completamente alineado con la realidad, ya que esta malsana emoción va minando la resistencia paulatina pero sostenidamente hasta acabar con todo vestigio de capacidad de aceptación de las condiciones individuales, erosionando la salud mental y física.
Se hace inexplicable que emociones tan pervertidas como la envidia sean una característica de un número gigantesco de los humanos, teniendo el conocimiento pleno de que las posesiones materiales solo sirven para fines terrenales y no tienen la mínima incidencia en la eternidad.
Siempre ha habido una inclinación maligna a realizar lo dañino y perjudicial, las fuerzas siniestras, así como el polo magnético de la tierra atrae todo material ferroso, ellas ejercen la misma fuerza y presión sobre los individuos para arrastrarlos a las enfermizas pasiones auto-destructivas, siendo una de ellas la ingrata envidia.
La envidia odia el triunfo de otros y detesta el avancé y el progreso de los demás, parece que es incapaz de conceder méritos al triunfador y siempre se abate entre la tragedia y la desventura, el envidioso tiene el alma corroída por el resentimiento y los sentidos alienados por ver el éxito que le sonríe a sus correligionarios.
El que vive para envidiar muere todos los días viendo la superación y la consecución de los logros ajenos, es incapaz de disfrutar la alegría de las conquistas foráneas y cada vez que otro escala posiciones sufre en carne propia la laceración de su cuerpo, convirtiéndolo en un castigo que flagela todo su ser. Un envidioso es digno de conmiseración. Se auto-castiga y se destruye así mismo.
La envidia es como un fuego inextinguible que devora las entrañas inmisericordemente, es llama abrazadora que envuelve todos los sentidos sometiéndolos al terrible tormento de estar en una hoguera en combustión permanente, se asemeja a las rocas ígneas alimentadas en las entrañas de los volcanes que su incandescencia nunca termina.
Todas esas terribles ascuas de fuego que amenazan con consumir hasta convertir en rescoldo y cenizas todo tu ser, solo pueden ser apagadas por el que tiene poder contra todos los elementos conocidos y por conocer y su nombre es JESUCRISTO.
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