Cada día la capacidad de asombro mengua, porque nos hemos acostumbrado a olvidar los sueños y vivir en hórrida pesadilla. Cambiamos la naturaleza de lo razonable por lo incompatible de lo ilógico. No vivimos en la certeza de lo real, sino que sobrevivimos en la expectación de lo espurio. Cada día dejo de ser una opción para mejorar y se convirtió en una carrera para escapar de la depredación.
Los planes para la superación se fueron al traste, se abandonaron aquellas iniciativas de alcanzar el éxito, siendo reemplazadas por una coraza de dureza granítica para enfrentar las vicisitudes de esta amarga realidad.
La juventud huye despavorida ante la amenaza latente de convertirse en combustible del fuego indomable que está acumulando presión en altas proporciones y cuando se desate hará de la tierra amada un infierno en llamas, que devoraran todo a su paso dejando la tierra arrasada, para cumplir el delirio de las mentes traumatizadas, que si no alcanzan lo que quieren prefieren la destrucción total, antes que renunciar a sus sórdidos y pérfidos ideales.
Cuando la mente se entenebrece cierra todas las compuertas para impedir que penetre la luz y se opere un cambio en su estructura, se llega hasta el punto de su terquedad que niega la realidad palpable y visible, si ella riñe con sus pretensiones. Le han prevenido de los peligros de cruzar el rió, porque está saturado de voraces cocodrilos y para justificar su desquiciada decisión, razona argumentando: ¡ellos no tienen hambre!
Todo el que elige caminar por el filo de la cornisa terminara en el vacío, sin embargo hay quienes piensan que siempre van a salir airosos de todos los peligros que enfrentan, vivir en el borde del abismo es terminar en sus fauces.
Los sueños se terminan cuando renunciamos a ellos, las pesadillas cuando despertamos, ahora los sueños están truncados y las pesadillas han ocupado su lugar, pero ellas tienen su punto vulnerable y solo basta con despertar al que las tiene para quedar libre de su horripilante embrujo.
Si el pueblo despierta no encontrar nada a su paso que lo detenga, un pueblo encolerizado ignora el peligro, porque se nubla su razón y se pierde toda capacidad de equilibrio, se convierte en una fuerza con poder tan destructivo que no habrá barrera capaz de contenerlo, ver la sangre hará el efecto de subir grados a la cólera, encontrarse los caídos a su frenético paso espoleara su ansias de destrucción y venganza.
Vale recordar la famosa frase de extinto John. F Kennedy: Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.
La catástrofe que se avecina es de proporciones apocalípticas, en nada comparable con el tiempo vivido, el hambre y la pestilencia diezmaran a la endeble e indefensa población venezolana y solo cuando el cuadro de horror supere la ficción es que el mundo encontrara argumentos y medios para dar ayuda humanitaria, será igual que llorar con amargura ante el cadáver del que decimos que amamos, pero nunca hicimos nada que lo demostrara en la práctica, lo que ahora sentimos como reclamo de la conciencia, que solo la despertó el dolor y la tragedia.
Por el pastor: Fernando Zuleta Vallejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario