Este lunes pasado 22-09-2014, estábamos citados a las 4 pm, en el grupo
médico Ocumare para una evaluación de la salud de mi esposa con el especialista
en miología, la cuestión es que a esa hora no habían atendido sino un solo
paciente y a nosotros nos toco por turno el numero 29 y como era absolutamente
necesario la atención profesional, no quedo otra alternativa que esperar hasta
que nos llegara el momento de ser atendidos.
Establecimos conversación con los demás componentes del grupo, como
mecanismo de entretenimiento y por la necesidad de pasar el tiempo de la mejor
manera posible, cuando mi esposa logro entrar al consultorio ya eran las 11 de
la noche pasadas y al final cuando salimos de la clínica el reloj marcaba las
11:40, la tarea inmediata sería conseguir un taxi, pero el único que
encontramos se negó a llevarnos, cuando le indicamos el lugar a donde íbamos,
sin más alternativa enfilamos las baterías hacia la casa, con las calles
desiertas y semi-oscuras el panorama se presentara tétrico y desolado.
Cuando estábamos pasando por el
lugar más azaroso y se presentaba el camino más ominoso y amenazante al frente
en un cobertizo de un edificio había durmiendo 6 perros de diferentes tamaños y
portes, pero ellos al sentir nuestra presencia todos se despertaron e
inesperadamente sucedió lo que jamás podíamos imaginar, comenzaron a caminar a
la par de nosotros y de forma inexplicable hicieron una especie de cinturón de
seguridad, sin quedara duda que se estaban ofreciendo a acompañarnos.
Cuando habíamos andado algunos 100 metros, le pregunte a mi esposa ¿Qué
piensas de lo que está pasando? Su respuesta no pudo ser más elocuente y
sincera: ¡los envió Dios para que nos guardaran!.
El camino continuo sin sobresaltos, ni inconvenientes por un tramo de al menos
300 metros. Nuestro hijo menor nos había hecho una llamada justo cuando
iniciábamos la travesía y le dimos las coordenadas geográficas de la ubicación
en el momento, comentándole que íbamos a pie por no conseguir transporte, el
estaba ansioso esperando nuestra llegada en el porche de la casa, notando de
inmediato el extraño escuadrón que nos escoltaba, la pregunta directa fue ¿y
esos perros? La respuesta de mi esposa no se hizo esperar: ¡Dios los envió para que nos guardaran!
He visto en múltiples oportunidades como Dios nos ha protegido, pero
sinceramente en esta ocasión te pasaste SEÑOR MIO Y DIOS MIO.
No quiero ser dramático y menos fanático, pero si los que leen este relato
conocieran el lugar que es Ocumare del Tuy y supieran como es la zona donde residimos
y conocieran el trayecto que nos toco recorrer a pie esa noche, no tendrían
ningún inconveniente ni recelo en ver la mano de Dios en lo sucedido y lo
testifico porque: conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo.(Dn 4:2).
Por el pastor. Fernando Zuleta V.
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