miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL CAMPESINO



Fui criado en el campo aprendiendo todas la tareas rudas que esto conlleva, desde cargar agua usando una palanca para sostener una gran olla con el preciado liquido, sacado de la quebrada que estaba a unos 250  metros y llevado  hasta la casa donde era depositado en pipotes de 200 litros, traer arboles y rajarlos haciendo  leña de ellos para mantener el fogón encendido para cocer los alimentos, recoger y llevar la mulada a los potreros, ser ayudante de arriero, picar caña para alimentar a las bestias, lidiar con verracos furibundos, acompañar a mis hermanos en toda labor agrícola, limpiando el terreno para sembrar maíz, frijol o cualquier otro rublo cultivable.

Andar por distintos caminos en completa soledad haciendo tareas que se me ordenaba, como traer la leche todos los días de un ato a unos 3 kilómetros, que vendíamos por vasos con las sabrosas mantecadas, polvorosas o cucas en la pequeña tienda que teníamos o ir a lugares más lejanos a enterarme de cómo estaba la salud del hermano mayor, cuando por algunos días no bajaba al pueblo, ya que era asmático y frecuentemente sufría de estos terribles ataques de asfixia, no se habían inventado los nebulizadores y otras tantas formas de combatirla como las que disfrutamos en el momento, todo era muy artesanal y en estos lugares las enfermedades por lo general se trataban con elementos de la naturaleza, brebajes, pócimas, ungüentos y otras recetas caseras que la misma gente creaba. 

Me recuerdo cuando accidentalmente el arriero de la familia un joven de 18 años en se dio un tiro a la altura del  muslo derecho, cuando subiendo un barranco acciono  una pistola hechiza ( de fabricación casera) que llevaba dentro del bolsillo del pantalón, la sangre comenzó a brotar como ríos de tan bestial herida y recurriendo a lo que era conocido por su acompañante otro imberbe de la misma edad, agarro tres yerbas distintas y mascandolas con la velocidad que ameritaba la situación hizo una especie de pasta que puso en la herida taponándola, dio resultados asombrosos porque logro parar la hemorragia de inmediato.

Como pudo cargo con el herido hasta la casa de familia y allí comenzó el tratamiento poco ortodoxo, como los famosos paños de agua caliente, hechos de una mata llamada frutillo que  según se creía era lo máximo para desinflamar y sanar las heridas, esto era lo que se conocía y sin poder hacer otra cosa, estando a horas de camino de herradura al poblado más cercano donde podía ser atendido por profesionales, porque allí no disponíamos de ningún medicamento, ni de ninguna persona con conocimientos de por lo menos enfermería o primeros auxilios.

Pasados unos dos días del accidente, llego otro hermano que tenia recorrido por ciudades y un conocimiento menos entubado de esta situaciones y cuando vio la herida y los tonos rojizos que la rodeaban, de inmediato tomo la decisión de sacarlo al lugar donde podía ser atendido medicamente, porque tuvo una valoración acertada de la gravedad del suceso y en menos de lo que canta un gallo un contingente de muchachos estaban cargando al herido en una camilla que requería cuatro personas para llevar en el hombro la carga distribuida con equidad y equilibrio, se turnaban cada vez que los que cargaban pedían el relevo, pero por ninguna causa se podía parar, porque de la celeridad con que se cumpliera el objetivo dependía la vida del amigo, imaginemos lo que significaba una travesía de 5 horas, por caminos con diferente obstáculos, como subidas y bajadas con bastante inclinación, partes pedregosas, otras tantas con baches y barrosas, pasar ríos y todo lo que había que sortear evitando en lo posible por hacer movimientos bruscos a sabiendas de que la carga era un herido en estado delicado y todo vaivén repercutía directo sobre la herida produciendo dolor agudo y fuerte.

Al fin cuando llegaron al centro de salud con la premura y urgencia del caso fue atendido y de inmediato fue sometido a cirugía, los médicos nunca se pudieron explicar cómo pudo sobrevivir y tampoco como no contrajo una infección que requiriera la amputación del miembro afectado, pues a milímetros del fémur estaba incrustada la bala y por gracia de Dios no rompió ni la femoral, ni vena alguna, final feliz para esta historia cotidiana en estos parajes donde los campesinos son los protagonistas de todos los días.

Años más tarde  estando en una hacienda ganadera se hizo necesario reclutar del personal  que laboraba en distintos menesteres para traer el ganado de los potreros y vacunarlo y el capataz pregunto ¿Cuántos saben montar a caballo? Fui el primero que me adherí al grupo de jinetes y como recompensa me dejaron elegir la cabalgadura, había una potranca de gran porte y de buenos bríos, mora y con un esplendido lucero en la frente, me advirtieron tenga mucho cuidado y lo peor es que no tenemos montura tendrá que montarla en pelo, mi respuesta fue esta bien y gracias, la tome de las riendas y antes que ella se apercibiera ya estaba sobre su lomo, la deje que drenara su ímpetu e impaciencia dejándola correr por la sabana sin recurrir al control de su carrera por algunos 300 metros y entonces hice uso de las riendas y tome el control, cuando regrese al grupo, me di cuenta que había un poco de perplejidad en algunos, pensé para mis adentros estos no saben de dónde vengo.

En la tarde cuando finalizamos la tarea se me acercó uno de los compañeros y me dijo: oye, eres el que mejor montas, fue un piropo que me agrado, entonces le dije: me crié montando a caballo y pensaba que se me había olvidado, porque la historia que he relatado arriba fue hasta cumplidos los ocho años de edad.

He vivido y he pasado por cualquiera cantidad de situaciones buenas y malas pero de una cosa estoy seguro: Y sabemos que los que aman Dios, todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (rom.8:28).

Por el pastor: Fernando Zuleta V.




No hay comentarios:

Publicar un comentario