Se necesito aplicarle una inyección a canchilas, era el remoquete que le
teníamos a uno de nuestros hermanos, se fue a buscar al experto en estas lides,
a un campesino rustico que había aprendido este menester por la necesidad
imperiosa propia del lugar, este vivía a campo traviesa a unos cuantos kilómetros y también a un grupo de al menos cuatro hombres fuertes para
atenazar e inmovilizar al receptor, ya que era de temperamento extremadamente
nervioso y de otra manera seria misión imposible, todo esto se hizo sin que
canchilas se diera por aludido y cuando llego el victimario lo agarraron en
cayapa, uno lo sujeto por los pies, otro las manos y los restantes le
inmovilizaron el tórax, mientras Rogelio, el sabio, preparaba la jeringa o
hipodérmica como se le llamaba a esta temible maquina de inyectar, al estar
todo listo hundió la aguja y procedió a introducir el liquido en los tejidos, fue
cuestión de segundos y fin de la odisea.
Habían pasado algunas horas de esta encarnizada batalla, cuando nuestra
mama hizo una pregunta ¿qué fue lo que le aplicaron a canchilas?, bueno después
de analizar las cosas nos dimos cuenta que fue solo el agua destilada, porque
el pequeño recipiente donde estaba el contenido de la inyección estaba intacto.
Podemos sacar la conclusión de cómo eran las cosas en aquellos parajes
aislados de las más elementales recursos
para la salud. Si así se comportaba el avezado en esta técnica, ¿que quedaría
para los demás?
OTRA
Mi hermana que me llevaba unos dos años de edad, y por este privilegio fue
primero a la gran ciudad, un pueblo de algunos 5.000 habitantes y allí iba a
ver cosas asombrosas nunca imaginadas, porque entre otras había luz eléctrica,
almacenes, abastos, bicicletas, carretillas tiradas por caballos y los
asombrosos carros. Mi expectativa era grande esperándola para que me contara de
todas aquellas maravillas de que otros hablaban cuando visitaban el lugar, al
fin regreso ufana y un poco engreída por haber tenido esta gran aventura, la
aborde sin preámbulos y le hice la pregunta directa sobre lo que más me
aguijoneaba la curiosidad ¿Cómo son los carros? Poniéndose la mano en la
barbilla y asumiendo una actitud pensativa, después de unos segundos me
respondió con seguridad y sin titubear: “más grandes que la porcelana, pero sin
cachos”, se pueden imaginar la impresión y lo que pudo pasar por mi mente con
aquella respuesta, porque la comparación la estaba haciendo con una vaca de
ordeño que teníamos que la llamábamos la porcelana.
UNA MÁS
Cuando al fin me toco el esperado momento de salir a fuera, como se decía
popularmente cuando se iba a los pueblos o ciudades que estaban a distancia
considerable, el primer recorrido lo hicimos caminando, porque todos los
animales de carga estaban trabajando llevando y trayendo mercancía y era
demasiado desperdicio usar uno para ir en su lomo. Bueno a mi no me importo lo
mas mínimo, estaba a acostumbrado a recorrer grandes distancias a pie.
El
asunto es que andar con mi abuelo era algo patetico, por sus costumbres y
peculiaridades y con él fue que emprendí la aventura más grande de mi vida,
después de ir y venir por lugares exóticos y conocer una gran parte geográfica,
los carros y rodar en ellos por largos periodos, regresamos al punto donde había
que agarrar la ruta final y que para variar era a pie. Ese día llegamos al
lugar en la tarde y nos alojamos en casa de un conocido, pero a las 4 am, ya
estábamos recogiendo los bártulos para agarrar la trocha y comenzamos la travesía,
cuando teníamos algo así como una hora de camino, le dije a mi abuelo ya no
puedo caminar mas, los pies me duelen mucho, nos detuvimos y con la vela de
cebo que llevamos como candil, me hizo un examen y descubrió que el problema
era que llevaba los zapatos puestos al revés, esto no era de extrañar, porque
era los primeros que me ponía y segundo lo había hecho a oscuras y apremiado
por la premura que él le imprimía a todas sus acciones, la situación se
resolvió con facilidad, me quite los zapatos y recorrí el resto del camino a pie
sucio y como pez en el agua.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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