miércoles, 17 de agosto de 2011

LA INCAPACIDAD DE SOPORTAR








Es muy frecuente oír decir: "no lo soporto o no soy capaz de soportarlo", esto es una extraña mezcla de indignación y de impotencia que viene como consecuencia de la incapacidad de tener aguante o resistencia ante las situaciones difíciles o desagradables que generalmente están presentes y le hacen compañía a individuos que bien son indeseables, nos causan irritación o de alguna manera afectan nuestro comportamiento o conducta. Esto es una alteración de nuestro ánimo que trae como respuesta directa e inmediata el estallido de la cólera.

La irascibilidad es más un estado de impotencia, que una condición en sí, el mostrarse furioso no tiene nada que ver con justicia y ni con ser un defensor a ultranza de los derechos de otros o los propios, sino con la incapacidad que de auto-control, en medio de un estado iracundo lo seguro es que se tomen decisiones que después se tendrán que lamentar y bastantes veces por el resto de la vida, hace falta tomar la decisión de no dejarse dominar por los impulsos, pues ellos en toda ocasión son viscerales y nunca cerebrales, lo más aconsejable en todos los casos es poner el cerebro en funcionamiento antes que cualquier otro miembro o integrante de nuestros sistemas del cuerpo, este tiene la capacidad de analizar, sopesar, evaluar, medir, razonar, limitar, equilibrar y un número incalculable de habilidades, que definitivamente son las que dan sensatez al individuo y lo sostienen en armonía.

Los estados de furia incontrolada siempre están mostrando anormalidades y carencias en las personas, la ira es buena, cuando tenemos la capacidad de controlarla y la podemos usar como plataforma para obtener cambios beneficiosos y el éxito que esperamos, pero es un genio malvado, si esta fuera de nuestro control, que al escapar de la botella arremete con toda su fuerza destructiva arrasando con todo lo que tiene la desafortunada coincidencia de encontrarse en su camino. Ella sin gobierno produce una erupción, arrojando cantidades de sustancias letales que destruyen todo vestigio de vida, y como es todo veneno mortal o todo elemento radiactivo, su acción no prescribe, por no ser bio-degradable.

Admire a mi abuelo por la capacidad de controlar esta emoción, el nunca disciplinaba a sus hijos cuando estaba en medio de su torbellino arrebatador, esperaba hasta tener control sobre su ánimo y recobrar la ecuanimidad, podían pasar horas sin hacer exigencia o reclamo por tal o cual acción indebida, pero cuando se sentía en completa capacidad de control llamaba al que había causado el agravio y le explicaba la razón por la que era merecedor de la reprensión, permitiendo que se argumentara si era merecedor o no de la disciplina, pero invariablemente, era aplicada , había uno de mis tíos, que nunca veía razón legal para ser castigado y siempre daba explicaciones y esgrimía justificaciones, pensando cambiar el veredicto, jamás lo lograba pero eso no lo desanimaba para intentarlo en la próxima oportunidad, mi abuelo con toda calma le desbarataba todas las coartadas y finalmente ejecutaba la sentencia, ese tal vez era el que se parecía más a el, jamás lloraba y seguía la interacción como si nada hubiera sucedido, esto le valió el remoquete familiar de llamarlo “concha”, para de alguna manera identificarlo con el rasgo más característico de su personalidad, como en los quelonios que se protegen con una placa de consistencia durísima , que es un recubrimiento externo de dureza proverbial y un mecanismo de sobrevivencia bastante eficaz, para estos simpáticos conchudos, que carecen de armas de ataque y solo tienen esta como protectora.

En todos los casos es responsabilidad individual someter y controlar toda emoción, cada uno pone techo o limites y determina hasta donde quiere o puede llegar, no deja de ser ridículo o grotesco ver a otros agarrando y sometiendo por la fuerza a alguien que sintiéndose invadido por la ira quiere arremeter contra un semejante, en la mayoría de los casos si no tiene quien se interponga se puede controlar, pero cuando observa la oportunidad de hacer un espectáculo no la desaprovecha, porque en el fondo todo iracundo es una persona frustrada y como único medio de mostrar y sacar a relucir su impotencia acude al manido y depauperado truco de la furia incontenible.

Todos tenemos sangre en las venas, por lo tanto todos tenemos el derecho legitimo de enojarnos y de la misma manera, todos tenemos cerebro y así la responsabilidad de controlar el enojo evitando que destruya a los que nos rodean y convierta la existencia propia en esclavo de las más bajas pasiones.

La ira es negativa cuando ella es la que controla nuestros sentidos y nos lleva a actuar en consonancia con su desenfreno y es positiva cuando los sentidos la someten y la usan fuera de su pretensión destructiva de control y lejos de su escenario predilecto de batalla, que es el corazón. En otras palabras es una excelente aliada si la dominas y una pésima acompañante, si ella te controla. No permitas que el control de tu vida lo tengan las viseras que dan respuesta mecánica, automática y efectista sino el cerebro que da respuesta elaborada, consciente y efectiva.

La ira no obra la justicia de Dios, por lo cual nunca podrá esgrimirse como una justificación, para actuar sin control, ella no es imposible de dominar, ni tampoco tiene la capacidad de someterte por su fuerza avasallante, lo que ella haga y hasta donde llegue, es una acción permisiva y lenitiva de cada individuo. La próxima vez que te enojes y pierdas el control, no busques a tu derredor el responsable por tus detestables actos y fatales consecuencias. Mira hacia dentro, echa una mirada introspectiva y encontraras quien le confirió el poder que desato su fuerza incontrolable.”Un hombre iracundo es lo más parecido a un tsunami, solo deja a su paso una estela de desolación”.



Por el pastor: Fernando Zuleta V.



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