La paz es consecuencia de armonía espiritual y se deleita en
prodigar bienestar a las personas, es el anhelo ver en los demás el disfrute de
lo bueno, su inclinación permanente es hacer sentir bien a los que lo rodean y
en ese sentido se ejercita constantemente, ella extiende voluntariamente
invitaciones a practicar lo correcto y favorecer el ambiente ameno para el
disfrute de todos.
La paz no es posible sin acuerdos comunes donde lo principal
es que queramos hacer lo mejor por el prójimo, sino se busca teniendo en cuenta
la felicidad de los otros y se piensa solo en lo que recibiremos es ilegitima y
falsa.
Todo el que está inclinado a vivir en paz mantendrá un
esfuerzo constante para que prevalezca, por lo cual su pensamiento de continuo
es encontrar medios para hacerla más fuerte y segura, ella debe tener bases
graníticas que no sea alterada por ningún embate cualquiera sea su origen.
Mantener la paz nos obliga permanentemente a renunciar a
inclinaciones egoístas y a claudicar ante pretensiones egocéntricas, jamás la
paz puede ejercitarse en el campo de la megalomanía, porque ella exige desprendernos de todo cuanto tenga como eje central nuestra persona y
propios intereses.
Vivir en paz es el reconocimiento sobrentendido de los límites
existentes entre el bien y el mal, manteniendo la línea divisoria que separa la
cordura de la locura y la frontera natural entre las ideas y pensamientos de
cada individuo.
La paz debe ser cultivada, abonando cada día el terreno con
acciones que materialicen en la práctica el interés genuino por mantenerla y
vivir para ella y con ella. No podemos querer tenerla como acompañante
perpetuo, si solo nos acordamos de ella cuando la marea del inconformismo crece
abruptamente y amenaza ominosamente con ahogarnos en su inesperado caudal.
Solo nos acordarnos de Dios cuando la necesidad imperiosa no
admite soluciones humanas, es una de las costumbres mas depauperadas de los
seres humanos, pero sin embargo la misericordia del Señor, no tiene en cuenta
esa flaqueza humana y siempre está dispuesto a darnos el socorro, pero en
ciertas circunstancias no depende de Dios el auxilio, sino de la tardanza con
que nosotros lo pedimos. Habiendo dejado en muchos de los caso avanzar tanto el
mal, que se hace irreversible.
Aquí se presenta algo
parecido, durante años, hemos avivado el fuego de las pasiones, dividiendo a
los grupos entre buenos y malos, leales y desleales, utilizando consignas,
epítetos y calificativos que vulneran y agreden, pretendiendo que si no se
encaja en los delineamientos expuestos por quienes consideran que tienen las
soluciones a los múltiples problemas de la sociedad, ni se tiene valor, ni son
dignos de tenerse en cuenta.
Ahora queremos que Dios nos libre, pero nunca le tuvimos en
cuenta para toma las decisiones, erradas y equivocadas que amenazan seriamente
llevarnos por el deslizadero de la confrontación nacional, no con las opiniones
que sería lo ideal, sino con la fuerza y el poder destructivo que proporcionan la
violencia de las armas.
No habrá paz sino abandonamos el sectarismo, el radicalismo y
la politiquería y todos los parapetos construidos para defender la posición a
ultranza de idealismos, propio del país de las quimeras.
Dios nunca actuara para cambiar, lo que nosotros no queremos cambiar, le pedimos a Dios paz con
los labios en público y queremos la guerra con el corazón internamente.
Sincronicemos, labios, pensamientos y acciones y con toda seguridad Dios
intervendrá, de otra manera jamás.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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