miércoles, 5 de marzo de 2014

FILOSOFIA DE LA CALLE




Fue duro trabajo pero al fin comprendí que “el perdón hace libre a quien lo otorga y esclavo a quien lo resiste”.
Que el verdadero amor es el que se da, sin esperar reciprocidad, porque su único interés es hacer feliz a quien es objeto de él.
Que la mayor felicidad se consigue haciendo feliz al prójimo.
Que la fuente de la felicidad nace dentro de nosotros y que no son las cosas externas las que la propician.
Que el perdón y el amor son  dos arroyos interiores que cuando se unen  forman el rió de la felicidad.   Y que dependiendo de cuanto puedas perdonar y cuanto puedas amar así será de grande el caudal de felicidad que fluya de tu interior.
Que todo hombre puede vivir en paz cuando no tiene facturas que cobrar a quien le ha hecho mal.
Que la venganza es pequeñez de espíritu, por cuanto no puede elevarse por encima de las bajas pasiones.
Que la venganza es una muerte anticipada, por cuanto el que vive para ella, es un cadáver insepulto.
Que el dolor nos enseña a ser fuertes para las batallas de la vida y que es el camino más cercano a la perfección.
Que si no hay sufrimiento no podemos ser compasivos.
Que sin misericordia, los hombres son solo caricaturas en la vida.
Que la verdadera amistad no depende de que ofrezcas, sino de quien eres.
Que los seres humanos no se pueden valorar por sus grandes conquistas, sino por la capacidad de hacer el bien a sus semejantes.
Que la grandeza de espíritu no permite esperar o buscar servidores, sino encontrar y conseguir a quien servir.
Que es una gran mentira decir que amamos a nuestros semejantes y no lo refrendamos sirviéndolos.
 Que la integridad no permite división  entre palabras y hechos, la segunda debe ser consecuencia directa de la primera.
Que el temor a perder el poder y los privilegios que encarna, nos convierte en déspotas y tiranos.
Que es preferible vivir en el ostracismo con dignidad, que en la cima de la popularidad sin ella.
Que los hombres mienten la primera vez para no quedar mal y el resto para cubrir las demás mentiras.
Que cada generación deja en el tiempo su marca indeleble con sus aciertos y desatinos.
Que todo ser humano ocupa un lugar en el espacio y el tiempo que  debe de ser respetado.
Que los estereotipos despersonalizan a los individuos y los convierten en solo estadísticas.
Que el mercantilismo ha despojado de la autenticidad al hombre, haciendo de él un adlátere incondicional por medio de manipulaciones subliminales y soterradas.
Que el hombre de nuestros tiempos, declara que vive en completa libertad, cuando en verdad nunca antes como ahora es un esclavo de los vicios y las bajas pasiones.
Que la declarada liberación femenina, no es otra cosa que el machismo llevado a la práctica por las mujeres.
Que la anunciada y proclamada igualdad de los hombres, solo es una mentira piadosa para tener control sobre la humanidad.
Que pretender que los ricos sean pobres y que los pobres sean ricos, solo es un espejismo de los que viven en el desierto de una vida  de mitos y quimeras.
Cuando el monstruo adormecido del inconformismo despierte y salga de su extendido letargo comenzara una nueva era sobre la tierra.
Que hay tanta amargura de ánimo en las personas que seguramente la serotonina perdió su eficacia o termino por extinguirse.
Que la paz no la hace la convergencia de las opiniones, sino el respeto por las ideas de los otros.
Que en un mundo tan competitivo abunda la truculencia y se perdió la honradez y desapareció la ética de los productores.
Que mientras se inflama la ambición y la avaricia, en la misma proporción bajan la moral y la cordura.
Que la falta de carácter y la ausencia de valores en la juventud contemporánea la han hecho fanática  y seguidora de ídolos de barro en sus caprichos y desviada conducta.
Que esta tan escasa la educación y los buenos modales, que se perdió la consideración por los  débiles, la veneración a los ancianos y el respeto a la mujer.
Que quien tiene principios y practica valores morales y espirituales, es catalogado de desadaptado o de espécimen raro.


Por el pastor: Fernando Zuleta V.

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