Me impacto el desfile mortuorio, que pasaba frente al parque Bolivar, hace unos dias, lo mas llamativo era ver el sequito que seguia a la carroza funebre, un número indeterminado de personas con la cabeza baja y con signos de pesadumbre en sus rostros, caminaban empujando los carritos de helados, fuente de pequeño ingreso, ganado con sacrificio y arduo trabajo, en la ruda batalla para sobrevivir, iban en silencio sepulcral acompañando a su última morada al que fue compañero de agobiantes dias en la continua brega por la supervivencia.
Juan Guillermo era el nombre de pila del joven abatido por maleantes sin sentido común, personas sin escrúpulos de ninguna índole, sumidos en la completa ignominia que acompaña a todos los que sucuben al terrible y destructivo consumo de estupefacientes, aqui iba a la morada de los muertos otra víctima del cacareado progreso de la humanidad, todos los acompañantes sumidos en la impotencia, hacian un cuadro trágico de una caravana enmudecida por el silencio que causa el dolor del compañero y el amigo caído en medio de la descomposición social y la perdida del afecto natural de la humanidad.
¿Como se puede asesinar con tanta cobardia a un hombre en la plenitud de su vida por miserables monedas?
Juan Guillermo habia cobrado uns irrisoria paga por su tenaz trabajo, está compensación no alcanzaba $30.000 pesos, ¿cuanto vale la vida de un ser humano?
¿Quien le pone precio a una canallada de esta vil naturaleza?
Solo se escuchan los comentarios de que este humilde trabajador, hacia su labor con una sonrisa a flor de labios, con un carácter ameno y ajeno a disputas y controvercias.
¡No tenia enemigos! Sinembago un despiadado, perverso e inadaptado criminal, movido por intereses mezquinos no vio en el a un ser humano, sino a una víctima que la ocación le ofrecía para obtener dinero y satisfacer sus nauseabundos vicios.
En multiples ocasiones me crucé con Juan Guillermo en el paseo peatonal durante los últimos cuatro meses y varias veces por día, hacíamos en la práctica la misma ruta y a veces lo veía compartiendo peripecias propias de la ocupación con diferentes compañeros, siempre la risa era el ingrediente principal de la improvisada tertulia, lo que me causa desazón es que la vida de todo ser humano tiene el mismo valor, pero los inicuos entregados a la barbarie de las drogas, pierden el sentido de humanidad y el amor propio, agrediendose a diario con el consumo de sustancias que les dejan como paga, el deterioro moral, la degradación espiritual, el atrofiamiento fisico y el entenebrecimiento mental.
Algunos alcanzan a salir del pozo senagoso que crea el infame vicio de las drogas, por mecanismos humanos, aunque la gran mayoría termina siendo víctimas fatales de tan destructivo acompañante, por la razón que muy pocos entienden que mas que un problema de dependencia física de sustancias alucinantes, es la consecuencia de vivir al margen de los mandatos del Sumo Creador, por lo tanto es la ausencia de vida espiritual lo que hacer al ser humano enemigo de simismo, antagonista de todo congenero y opositor de Dios.
Sin Dios estamos muertos en delitos y pecados, y como los muertos nada saben, ni sienten habiendo perdido toda sensibilidad matan y asesinan sin compasión y destruyen sin misericordia.
Por el pastor: Fernando Zuleta Vallejo
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