lunes, 28 de abril de 2014

HISTORIAS COTIDIANAS.



Quien no ha sufrido no podrá entender el dolor del prójimo, porque este no se concibe hipotéticamente sino por experimentación real, quien no hay tenido pesadillas no podrá entender la angustia del que las padece, quien no ha experimentado  las quemaduras en la piel, no entenderá los lamentos del que está pasando por este trágico momento, la vida se compone de experiencias, unas buenas y otras malas, pero todas sirven para moldear la personalidad y desarrollar el carácter, la diferencia la hacemos los individuos al aprovechar el máximo o el mínimo  lo vivido. Yendo por un camino de herradura iba en la parte de atrás y en una sinuosidad de la travesía, alcance a mi hermano mayor cavando con la punta del machete alrededor de una piedra, extrañado por esta situación le pregunte ¿qué haces? su respuesta fue: estoy sacando esta piedra del camino, porque tropecé con ella y no quiero volver a hacerlo o que ha otro le pase lo mismo que a mí. El usaba alpargatas y estas solo protegían muy superficialmente la planta del pie, los dedos quedaban desguarnecidos y en uno de ellos recibió el mayor impacto, note que estaba sangrando y entendí la razón que lo impulsaba a la acción, yo mismo había pasado por la terrible y dolorosa experiencia de arrancarme una uña de un solo tajo y de raíz al tropezarme con una piedra en el camino.

El estaba haciendo dos cosas importantes, la primera eliminar el peligro para el mismo en el inmediato futuro y segundo quitar un objeto que pudiera dañar a alguien más en lo sucesivo, pero con absoluta certeza estaba descargando la impotencia que le producía el dolor físico y como mecanismo para drenar la furia que le ocasiono este golpe inesperado, ese mismo personaje era el terror de los calvarios en esa travesía, estos eran cruces que los familiares levantaban en el lugar donde había caído víctima de un ataque mortal alguno de ellos y como esta ida y venida de un pueblo a otro se hacía muchas veces de noche, nos podemos imaginar lo que causaba en el ánimo de las personas encontrarse imprevistamente con una cruz que representaba el lugar y la muerte de alguien en lugares oscuros y parajes solitarios por individuos criados en la superchería, creyendo que los muertos volvían a deshacer los pasos (creencia que consistía en que los muerto volvían a recorrer el camino que hicieron en vida). Mi hermano arremetía contra ese símbolo de muerte y la arrancaba tirándola lo más lejos que fuera posible, cuando se dio cuenta nuestra devota madre, lo recrimino diciéndole: eso es pecado y él le respondió, no, porque yo no voto la cruz completa, la desbarato primero a punta de machete y después arrojo los pedazos, a lo que mi madre asintió, bueno eso ya es otra cosa.

A veces resulta muy difícil entender los comportamientos extraños de las personas habida cuenta de no conocer lo que está detrás de dichas acciones, por supuesto que esto no implica salir en defensa de conductas desviadas y torcidas, sino la necesidad de conocer el trasfondo de ciertos hechos para por lo menos comprender un poco las motivaciones que los impulsan a realizarlos.
 En una oportunidad un buen amigo me dice: me siento molesto, porque esta mañana le grite a mi hijo mayor y eso ¿Por qué, inquirí? Estaba teniendo relaciones sexuales con mi esposa y el venia directo para el cuarto y tuve que gritarle ¡NO ENTRE! El resultado es que se interrumpió abruptamente el momento intimo, todos quedaron o con culpa o disgustados, pero ¿porque sucedió esto? Por la falta de previsión en primer término, el cuarto de la pareja no tiene puerta, solo una cortina, de manera que no hay que tocar sino levantarla y todo queda al descubierto, lo segundo es que siendo las 10 am, de un sábado toda la prole está en casa y ese detalle hace más arriesgada ese tipo de operaciones y se convierte en una aventura con ribetes de osada temeridad. Le aconseje, revístete de valor y dile a tu hijo la verdad de la razón por la cual le gritaste, de seguro te entenderá y otra cosa que debes hacer inmediatamente es ponerle puerta al cuarto y con cerradura, por si acaso se te vuelve a ocurrir repetir la historia. Cuando tuve la ocasión de visitarlo me alegro mucho darme cuenta, que  había seguido mi consejo y con alguna malicia reflejada en su rostro me hizo señas de que mirara hacia el cuarto, que exhibía un llamativo letrero en el dintel que decía: “pero bravo, no entre sin tocar”.

Por el pastor: Fernando Zuleta V.







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