El poder tiene la insólita
capacidad de anular la sobriedad y romper el equilibrio emocional, esto sin
lugar a dudas va en detrimento tanto del que lo ejerce, como el que está bajo
su yugo, no es de extrañar que quienes
lo tienen en sus manos sucumban a la tentación de creerse omnímodos y comiencen el tránsito por el laberíntico y
espurio camino de la omnipotencia.
Una conceptualización mal
enfocada de las capacidades siempre traerá como consecuencia irremediable el infortunio,
para quien cae en sus tupidas redes, que tejen orgullo, prepotencia, codicia,
insensatez y otras malas hebras en una
urdimbre de catastrófica calidad.
El poder ocasiona tal
empecinamiento que hace que los sentidos
se cierren ante la realidad, ocasionando la perdida de la visión y la capacidad
auditiva, pero no menos peligroso es la anulación de la capacidad natural de
juzgar los acontecimientos y sucesos en forma razonable, por lo que se corre el
temible riesgo de la enajenación y esto por consiguiente altera la razón y la
lógica en dimensiones desproporcionadas.
Cuando se pasa la línea divisoria
entre la sensatez y se comienza la
andanza por el sendero de la imprudencia no podemos esperar que el recorrido
traiga buenos frutos, estamos cultivando una malísima semilla y por razones de
elemental lógica la cosecha será paupérrima en todo lo que cultivamos.
“El que siembra vientos y recoge tempestades”
lo asevera la Palabra de Dios, con la finalidad de prevenirnos, para que nos
aislemos de malas acciones o de pésimas decisiones, quedando claro que si
incurrimos en ellas las consecuencias trágicas serán inevitables. Pero la
obstinación una mala compañía y peor consejera hace que cerremos las puertas a
la realidad, haciéndonos perder el perímetro visual en un alto porcentaje,
reduciendo alarmantemente la capacidad de ver los obstáculos en la vía,
llevándonos de tumbo en tumbo hasta que la caída es irreversible y los resultados imposibles de calcular.
El éxtasis que produce el poder
debe ser algo muy fuerte y hechizante, por cuantos los que lo logran sufren tal embelesamiento con él, que
asumen los riesgos habidos y por haber para mantenerlo, ese extraño
arrobamiento aniquila todo sentido práctico, deja a un lado toda ecuanimidad y
pervierte la amistad y las buenas relaciones. Porque todo tiene que girar en el
círculo vicioso del que lo ostenta, y quienes contribuyen a sostener a otros en
esa demencial postura se convierten en seres serviles desposeídos de todo
vestigio de personalidad y dignidad.
Hay quien habla del discreto
encanto del poder, muchos son como la mano negra tras el trono en las antiguas
monarquías europeas donde había un rey,
que solo era una figura representativa y el que ejercía el verdadero poder era
imperceptible y casi invisible, o como los barcos de guerra alemana camuflados
como indefensos mercantes y con banderas de países neutrales o de los aliados,
pero cuando eran descubiertos salían a relucir sus ominosos cañones y se
enarbolaba el pendón del nazismo que los identificaba.
Algunos podrán resistir la
tentación de exhibirse como los poderosos señores del reino o como los
mortíferos barcos de guerra nazis, se conformaran con mover los hilos tras las
bambalinas, como los que manejan las marionetas en los teatros, pero sean visibles o invisibles los que tienen el
poder, si no están revestidos de humildad y mansedumbre se rendirán a los
deleites y embelesos que ofrece su suntuosidad y caerán en el ardid de creerse
omnipotentes.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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