miércoles, 2 de abril de 2014

EL SINDROME DE OMNIPOTENCIA



El poder tiene la insólita capacidad de anular la sobriedad y romper el equilibrio emocional, esto sin lugar a dudas va en detrimento tanto del que lo ejerce, como el que está bajo su yugo, no es de extrañar  que quienes lo tienen en sus manos sucumban a la tentación de creerse omnímodos  y comiencen el tránsito por el laberíntico y espurio camino de la omnipotencia.

Una conceptualización mal enfocada de las capacidades siempre traerá como consecuencia irremediable el infortunio, para quien cae en sus tupidas redes, que tejen orgullo, prepotencia, codicia, insensatez  y otras malas hebras en una urdimbre de catastrófica calidad.

El poder ocasiona tal empecinamiento  que hace que los sentidos se cierren ante la realidad, ocasionando la perdida de la visión y la capacidad auditiva, pero no menos peligroso es la anulación de la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y sucesos en forma razonable, por lo que se corre el temible riesgo de la enajenación y esto por consiguiente altera la razón y la lógica en dimensiones desproporcionadas.

Cuando se pasa la línea divisoria entre la sensatez y se comienza  la andanza por el sendero de la imprudencia no podemos esperar que el recorrido traiga buenos frutos, estamos cultivando una malísima semilla y por razones de elemental lógica la cosecha será paupérrima en todo lo que cultivamos.

 “El que siembra vientos y recoge tempestades” lo asevera la Palabra de Dios, con la finalidad de prevenirnos, para que nos aislemos de malas acciones o de pésimas decisiones, quedando claro que si incurrimos en ellas las consecuencias trágicas serán inevitables. Pero la obstinación una mala compañía y peor consejera hace que cerremos las puertas a la realidad, haciéndonos perder el perímetro visual en un alto porcentaje, reduciendo alarmantemente la capacidad de ver los obstáculos en la vía, llevándonos de tumbo en tumbo hasta que la caída es irreversible y  los resultados imposibles de calcular.

El éxtasis que produce el poder debe ser algo muy fuerte y hechizante, por cuantos los que lo  logran sufren tal embelesamiento con él, que asumen los riesgos habidos y por haber para mantenerlo, ese extraño arrobamiento aniquila todo sentido práctico, deja a un lado toda ecuanimidad y pervierte la amistad y las buenas relaciones. Porque todo tiene que girar en el círculo vicioso del que lo ostenta, y quienes contribuyen a sostener a otros en esa demencial postura se convierten en seres serviles desposeídos de todo vestigio de personalidad y dignidad.

Hay quien habla del discreto encanto del poder, muchos son como la mano negra tras el trono en las antiguas monarquías europeas donde  había un rey, que solo era una figura representativa y el que ejercía el verdadero poder era imperceptible y casi invisible, o como los barcos de guerra alemana camuflados como indefensos mercantes y con banderas de países neutrales o de los aliados, pero cuando eran descubiertos salían a relucir sus ominosos cañones y se enarbolaba el pendón del nazismo que los identificaba.

Algunos podrán resistir la tentación de exhibirse como los poderosos señores del reino o como los mortíferos barcos de guerra nazis, se conformaran con mover los hilos tras las bambalinas, como los que manejan las marionetas en los teatros, pero  sean visibles o invisibles los que tienen el poder, si no están revestidos de humildad y mansedumbre se rendirán a los deleites y embelesos que ofrece su suntuosidad y caerán en el ardid de creerse omnipotentes.

Por el pastor: Fernando Zuleta V.






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