La revolución deja de ser dialéctica y se transforma en llama explosiva de odio y resentimiento que abraza a todo aquel que no sea seguidor de sus postulados, creencias y doctrinas, en este estado se deja por completo a un lado la discusión con argumentos y razonamientos y se impone por la fuerza de las armas el criterio, las ideas y pensamientos del fuerte y el opresor. Allí en esa etapa la revolución deja a un lado las armas del convencimiento de la dialéctica y el diálogo y echa mano de las violentas que tienen su clímax cuando se cancela el intercambio de ideas y se usan las armas, el método convencional de las palabras dio paso al uso indiscriminado de las armas. Es el la barbarie en todo su despliegue virulento y carente del mínimo sentido común.
Cuando me muestren una revolución política sin derramamiento de sangre, les mostrare una guerra sin muertos en combate. El revolucionario tiene que estar apercibido y ser consciente de que la defensa o implementación de una revolución reclama su cuota de sacrificados y que al asumir su rol de protagonista está en la lista de los probables mártires. Por esa simple razón, todos aquellos que hablan de revolución, como mecanismo para hacer los cambios de cualquiera sea la naturaleza en un país o región deben de conocer todos los riegos que conlleva ser participante activo y ponerse al servicio de los objetivos que persiguen.
Karl Marx acuño la célebre frase: “la religión es el opio de los pueblos”, es posible que los escrúpulos morales de los creyentes en Cristo y su mensaje del amor pudo ser muy molesto para sus pretensiones, porque el establecimiento de su sueño dorado significaba un mundo ateo en toda su dimensión y todas las religiones creen en uno o varios dioses y por supuesto esto se levantaba como una enorme barrera para la concreción de sus postulados filosóficos, que de plano excluye cualquiera sea la creencia, con excepción del humanismo como religión, que tiene como dios, al hombre.
Todo el que quiera tomar parte de la revolución política, si en verdad cree en ella, se tiene que despojar de toda pretensión de adquirir bienes materiales aprovechando las oportunidades, que de hecho, se presentaron en abundancia, el que se hace llamar revolucionario a escogido el difícil camino de ser servidor de todos y esto no lo hacen sino los hombre de grandeza de espíritu, que tiene como mayor ambición ser de utilidad a los individuos, sin importar el precio que tiene que pagar, al dedicarse al servicio. ¡Servir no es gratis tiene un altísimo costo!.
En estas circunstancias el revolucionario tiene que olvidarse de sus pretensiones y cambiarlas por suplir las demandas del conglomerado, no puede jamás centrarse en objetivos personales de ninguna índole, sino en los que sean de rendimiento para satisfacer las necesidades del colectivo.
El genuino revolucionario tiene que tener una disposición permanente de renunciar a todo aquello que estorbe en los planes para conseguir el beneficio de las masas, porque su centro gravitatorio está en obtener todo lo que sea de provecho para las personas y no en dividendos propios. Cuando el que se hace llamar revolucionario comienza a obtener lucro por su condición de serlo, ha abandonado por completo el origen de sus ideas y las ha cambiado por las que surgen del oportunismo engrosando el aparataje de la voluminosa corrupción.
Esa es una de las razones por la que las revoluciones no permanecen, porque muy pocos pueden resistir la tentación de apropiarse de los ingentes recursos que produce el estado.
El daño más significativo a las revoluciones se lo han hecho los que han alcanzado los cargos de vanguardia y después que comienzan a disfrutar de los privilegios de estar en los primeros lugares terminan tomándole el gusto a su posición cimera, apareciendo la amnesia selectiva olvidando de dónde vienen y los postulados que pregonaron como metas generales y las cambiaron por objetivos personales. La revolución es un completo fracaso cuando se cambia el enfoque de las necesidades ajenas por el disfrute de la apetencia personal. En este sentido es reemplazado el origen y las motivaciones que la provocaron, por los privilegios que se obtienen al ocupar posiciones de poder.
Jamás la revolución puede tener como objetivos la conquista para alcanzar metas personales, sino el vehemente deseo de beneficiar a todos los individuos, el auténtico y genuino revolucionario renunciara a todos sus derechos para conquistar los derechos ajenos, el que se hace llamar revolucionario tiene su pensamiento en servir a quienes lo rodean y no en que le sirvan los que le siguen.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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