El revolucionario es engendrado por las fuerzas gravitatorias de un Estado que ha propiciado la mala praxis del ejercicio de la política, cuando el sistema se ha vuelto clientelar y por consiguiente sólo tienen acceso a los bienes y servicios aquellos que son correligionarios del gobierno de turno. Este acumulamiento de ira va creando en el interior de los individuos una fuerte presión, que llegado el momento no puede resistir, porque su capacidad de aguante ha sido rebasada, causando un estallido que es imposible de cuantificar y de cualificar.
La revolución por lo tanto comienza adentro, se inicia en el fuero interno y es alimentada por el resentimiento y cada vez que se comete una injusticia contra un ser humano se adereza, se sazona, y hace crecer el deseo de acabar con todo aquello que representa el sistema imperante causante del su dolor y la angustia. Por eso es que toda revolución va a favor de alguien y contra alguien, es el mismo sistema que origina el antagonismo en las masas y crea el odio y levanta las barreras del divisionismo y cuando se hace irresistible se desboca en las abyectas confrontaciones, donde la consigna principal es vencer al precio que sea. Aquí jamás se tendrá en cuenta los métodos, sino los resultados, por esa razón las revoluciones políticas son infames y sus secuelas son el rastro de muerte y de barbarie que dejan a su paso, sin la mínima muestra de piedad y sentimientos hacia sus semejantes.
Lo primero que saca a relucir el que ha sido picado por el germen de la revolución es el inconformismo con el sistema vigente, creando el caldo de cultivo para que se incuben los huevos que dan origen a las larvas de donde emergen después de su metamorfosis los insectos que son los vectores para generar las revueltas más virulentas y sanguinarias del género humano, porque todos los que se sientan oprimidos, avasallados, amargados, incomprendidos, explotados, rechazados, ignorados, defraudados, depauperados o simplemente indignados con los procedimientos y acciones de las elites gobernantes toman partida en las nuevas propuestas emancipadoras que el liderazgo opositor manifieste.
El revolucionario nace porque el estándar de vida de los pueblos ha descendido a los más bajos niveles de tolerancia y aparecen en su currículo la miseria, la explotación, el hambre, la desnudez, las enfermedades tanto físicas, como espirituales, donde no son cubiertas ninguna de sus necesidades básicas, haciendo que la vida sea un oprobio y una desgracia, al fin se dan cuenta de que han sido marionetas movidas por los hilos de la ambición y el desprecio de los que están en los círculos de poder y autoridad y cuando los pueblos pierden la confianza surgen las fuerzas monstruosas de la desesperanza que ninguna consecuencia por sus acciones, los hará volver atrás, se comportan como el león macho iracundo, ninguna cosa lo persuadirá para regresar cuando ha emprendido un ataque contra algo o alguien. Un pueblo sin esperanzas ni la muerte segura servirán de muro de contención cuando ha comenzado a andar por el peligroso declive de la insatisfacción y es flanqueado por el descontento y la amargura de ánimo.
La desesperanza tiene la fuerza para anular la capacidad de vivir y como reacción avanza sin detenimiento hacia el encuentro con la muerte, porque la fatalidad la hace ver como el medio de salvación, esa trágica situación es la que hace que no tienen freno ni control ante el peligro inminente y por motivaciones sin miedo a lo que suceda es que se hace indetenible y arremete con ferocidad y furia incontenibles contra todos y todo lo que considere la causa de su desgracia.
Un hombre sin esperanza camina sin dirección, porque llega a la fatal conclusión que no hay ninguna razón para pelear las rudas batallas de la vida, pero un pueblo sin esperanza es una aglomeración de fuerzas irresistibles y formidables que pueden generar su propia destrucción. El presente saturado de dificultades sin opciones de revertirlas y de realidades que superan la capacidad de aguante, el estrés producido por la insatisfacción de no disponer de lo elemental para una vida sin sobresaltos, la angustia generada por el temor de un futuro incierto y la carencia absoluta de la seguridad son elementos que incuban las terribles fuerzas destructivas de los pueblos y los impulsan a ejecutorias desesperadas y esa es la razón por la que escuchan los cantos de sirenas prometiendoles llevarlos a puerto seguro, pero no saben que al seguirlos han firmado su propia ejecución sumarísima.
Todo ser humano en sus entrañas alberga un volcán dormido y cuando por diferentes razones es despertado, hace erupción mortífera llenando de gases letales el ambiente que lo circunda y esparciendo la piedra derretida en forma de lava ardiente, por su alta temperatura como demostración irrefutable que salió de su estado comatoso y ahora resulta extremadamente peligroso estar en sus contornos.
Las multitudes encolerizadas arrastran por su volumen grandes cantidades de simpatizantes y seguidores y aun cuando la mayoría no tienen claridad sobre lo que hacen, su fuerza avasallante los envuelve en una nube de peligrosos gases que al ser absorbidos por la vía respiratoria envenenan la sangre con la mortal bacteria del odio, que transferida a la acción se convierte en huracán tipo 5, destructivo y mortal a más no poder.
Cuando el odio inunda el corazón y es admitido en el cerebro como huésped, toma el control del individuo eliminando la capacidad de razonamiento y haciendo que sus reacciones sean viscerales y no cerebrales, esto por supuesto da como respuesta a la confrontación reaccionaria donde queda excluida en su totalidad la razón y la sensatez. Esta es la respuesta mezquina de los sentimientos al tomar el control de las emociones, dejando de gravitar el sano juicio y siendo reemplazado y suplantado por la intolerancia y el resentimiento.
Cuando las personas son despojadas del control natural que ejerce la conciencia, se les quita la barrera de protección que impide que se hundan en el estado demencial que origina la ausencia de dominio propio y el equilibrio. Se convierten en naves a la deriva que han perdido la dirección porque el timón se ha roto y son arrastradas por la furia de la tempestad que se abate sobre ellas, empujándose a que se hagan pedazos al chocar con los escollos que en estas condiciones son imposibles de evitar.
Al perderse la voluntad que ha sido moldeada por la incertidumbre y arrastrada sin encontrar oposición a la convergencia de ideas convulsionadas y carentes de recato se comienza el peligroso camino de dar respuestas movidas por el impulso de los sentimientos y no accionadas por la sensatez y el equilibrio emocional. Al perderse la capacidad de raciocinio, las acciones son guiados por los sentidos y en respuesta a ellos actuamos con impulsividad sin dar opciones a las ideas que necesitan razonamiento y sindéresis
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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