Quien no ha sufrido no
podrá entender el dolor del prójimo, porque este no se concibe hipotéticamente
sino por experimentación real, quien no hay tenido pesadillas no podrá entender
la angustia del que las padece, quien no ha experimentado las quemaduras en la piel, no entenderá los
lamentos del que está pasando por este trágico momento, la vida se compone de
experiencias, unas buenas y otras malas, pero todas sirven para moldear la
personalidad y desarrollar el carácter, la diferencia la hacemos los individuos
al aprovechar el máximo o el mínimo lo
vivido. Yendo por un camino de herradura iba en la parte de atrás y en una
sinuosidad de la travesía, alcance a mi hermano mayor cavando con la punta del
machete alrededor de una piedra, extrañado por esta situación le pregunte ¿qué
haces? su respuesta fue: estoy sacando esta piedra del camino, porque tropecé
con ella y no quiero volver a hacerlo o que ha otro le pase lo mismo que a mí. El
usaba alpargatas y estas solo protegían muy superficialmente la planta del pie,
los dedos quedaban desguarnecidos y en uno de ellos recibió el mayor impacto,
note que estaba sangrando y entendí la razón que lo impulsaba a la acción, yo
mismo había pasado por la terrible y dolorosa experiencia de arrancarme una uña
de un solo tajo y de raíz al tropezarme con una piedra en el camino.
El estaba haciendo dos
cosas importantes, la primera eliminar el peligro para el mismo en el inmediato
futuro y segundo quitar un objeto que pudiera dañar a alguien más en lo sucesivo,
pero con absoluta certeza estaba descargando la impotencia que le producía el
dolor físico y como mecanismo para drenar la furia que le ocasiono este golpe
inesperado, ese mismo personaje era el terror de los calvarios en esa travesía,
estos eran cruces que los familiares levantaban en el lugar donde había caído
víctima de un ataque mortal alguno de ellos y como esta ida y venida de un
pueblo a otro se hacía muchas veces de noche, nos podemos imaginar lo que causaba
en el ánimo de las personas encontrarse imprevistamente con una cruz que
representaba el lugar y la muerte de alguien en lugares oscuros y parajes
solitarios por individuos criados en la superchería, creyendo que los muertos
volvían a deshacer los pasos (creencia que consistía en que los muerto volvían
a recorrer el camino que hicieron en vida). Mi hermano arremetía contra ese
símbolo de muerte y la arrancaba tirándola lo más lejos que fuera posible,
cuando se dio cuenta nuestra devota madre, lo recrimino diciéndole: eso es
pecado y él le respondió, no, porque yo no voto la cruz completa, la desbarato
primero a punta de machete y después arrojo los pedazos, a lo que mi madre
asintió, bueno eso ya es otra cosa.
A veces resulta muy difícil
entender los comportamientos extraños de las personas habida cuenta de no
conocer lo que está detrás de dichas acciones, por supuesto que esto no implica
salir en defensa de conductas desviadas y torcidas, sino la necesidad de
conocer el trasfondo de ciertos hechos para por lo menos comprender un poco las
motivaciones que los impulsan a realizarlos.
En una oportunidad un buen amigo me dice: me
siento molesto, porque esta mañana le grite a mi hijo mayor y eso ¿Por qué, inquirí?
Estaba teniendo relaciones sexuales con mi esposa y el venia directo para el
cuarto y tuve que gritarle ¡NO ENTRE! El resultado es que se interrumpió abruptamente
el momento intimo, todos quedaron o con culpa o disgustados, pero ¿porque sucedió
esto? Por la falta de previsión en primer término, el cuarto de la pareja no
tiene puerta, solo una cortina, de manera que no hay que tocar sino levantarla
y todo queda al descubierto, lo segundo es que siendo las 10 am, de un sábado toda
la prole está en casa y ese detalle hace más arriesgada ese tipo de operaciones
y se convierte en una aventura con ribetes de osada temeridad. Le aconseje, revístete
de valor y dile a tu hijo la verdad de la razón por la cual le gritaste, de
seguro te entenderá y otra cosa que debes hacer inmediatamente es ponerle
puerta al cuarto y con cerradura, por si acaso se te vuelve a ocurrir repetir
la historia. Cuando tuve la ocasión de visitarlo me alegro mucho darme cuenta,
que había seguido mi consejo y con
alguna malicia reflejada en su rostro me hizo señas de que mirara hacia el
cuarto, que exhibía un llamativo letrero en el dintel que decía: “pero bravo,
no entre sin tocar”.
Por el pastor:
Fernando Zuleta V.