miércoles, 2 de mayo de 2012

¿POR QUIEN TRUENAN LAS PISTOLAS?


 

                   
                 


Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. John Donne, Devotions Upon Emergent Occasions.



Lo vimos crecer era el segundo de una familia prolija y fuera de contexto en nuestros tiempos compuesta por siete vástagos y sus padres, tal vez por lo numerosa nunca se le celebro un cumpleaños, jamás vimos a sus amigos compartir con el, alguna fecha especial, no fuimos testigos de regocijo por algún logro y ninguna ocasión conocimos sus amistades, en su niñez salía para la escuela normalmente, pero después de algún tiempo no lo volvimos a ver y cuando ya era un zagaletón, solo se veía salir en las tardes con su infaltable bolso al estilo  de carriel paisa.







Una mañana de un domingo normal se nota algo inusual en el ambiente, un trió de jovencitas que están entre los doce y los quince años están visiblemente compungidas sentadas en un escalera que comunica con el desvencijado cuarto donde vive  el adolescente de la historia, como no soy conocido personal de ninguna, no averiguo la causa  de su estado de ánimo alterado, sino con  el vecino que está en el otro costado de la calle, la pregunta es ¿paso algo? Mataron al ….. es su respuesta seca y sin visos de ninguna emoción, dando el remoquete con que era conocido el ahora difunto.




Antes de que trajeran el cadáver de la morgue, el movimiento se puso tenso y peligroso alrededor del lugar donde se velaría al joven, con niños y adolescentes exhibiendo armas cortas y largas en actitud amenazante, y lo más trágico era ver a algunas mujeres adultas madres de los jovenzuelos y algunos menores como vigías o como  se conoce este tipo de acción entre delincuentes, estaban cantando la zona, en una oportunidad que ocasionalmente pasaron dos motorizados de la guardia nacional escuche la voz de alarma que anuncio: agua verde, ya anteriormente me habían dicho que en la jerga de ellos, esto significa: presencia de representantes de la ley.  Ante estas circunstancias la mayoría de los vecinos opto por tomar medidas saludables alejándose del lugar, porque no pocas veces los velorios se han convertido en campos de batalla mortal de las bandas antagónicas de los pueblos y ciudades.






Después de una noche en vela y no pocos sobresaltos, escuchando el detonar de armas automáticas a intervalos irregulares y alguna discusión álgida entre féminas sin tener conocimiento de la causa, amanece y continua la tensa calma hasta que llega el momento cumbre cuando van a sacar el difunto rumbo a la morada de los muertos y se da comienzo al póstumo homenaje, donde los camaradas en señal de tributo a su memoria lanzan andanadas de cargas mortales al aire en repetidas ocasiones, con armas de diferentes calibres y modelos entre ellas una parecida, a la que solo había visto  en las películas de rambo y hasta hoy creía que era de ficción.





Cuando están en lo más crudo de la despedida se acerca el padre del occiso y a manera de disculpa me dice: yo no puedo hacer nada esos son sus amigos. He oído hablar de personas que tienen o viven vida doble, pero nunca lo había comprobado de una manera tan real y dramática, como en esta oportunidad con este joven de solo quince (15) años, jamás paso por mi mente viéndolo todos los días con su aspecto tímido y reguardado que perteneciera al sórdido y tenebroso mundo de la delincuencia.






¿Por quién truenan las pistolas?  Por un joven que equivoco el camino y que pago con su vida la osadía de querer vivir en el lado opuesto de la legalidad y el orden. Esta no es una historia aislada y excepcional,  sino la de miles de jóvenes equivocados haciendo vida común en una  sociedad carcomida por el odio y el resentimiento, donde no se ve, ni aún en los encargados de mantener el orden y la paz su participación activa y desidida, para contrarrestar la violencia, signo común que identifica nuestros tiempos, pasamos casi veinticuatro horas en un campo de guerra impuesto por niños y adolescentes y aun pasadas  otras veinticuatro, después de este acontecimiento, ningún funcionario o cuerpo de seguridad del estado se apersono para averiguar lo que estaba pasando, porque hasta las calles aledañas fueron trancadas arbitrariamente y nadie pidió explicaciones ni razones.

No vivas la vida disipada que se te ofrece como un gran logro, vive la vida en Cristo que es la única que merece la pena vivir.

Por el pastor: Fernando Zuleta V.





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