Después
de una ardua formada de trabajo y pasadas las 10pm, llego a la parada de auto-bus y me encuentro con el
drama de un niño de once años llorando, cuando inquiero sobre la causa de su
angustia, me dice que vive en la calle y que no tiene a donde ir, no hago más
preguntas y lo invito a que me acompañe, el sin resistencia alguna acepta y
emprendemos el viaje a casa.
Allí estaban mi esposa y mis hijos varones que tenían siete y quince años respectivamente, hago las presentaciones con rigurosidad académica, hablo primero con ella explicándole porque me aparezco con el extraño y desconocido acompañante y llamo a los hijos para darle respuestas a sus inquietudes, relacionadas con el acontecimiento, pero sorpresivamente para mi, ellos habían hecho un trabajo de investigación a fondo y antes me dieron detalles desconocidos hasta el momento de nuestro fortuito huésped, de manera que no pase por la penosa tarea de convencerlos con aclaraciones y detalles, al contrario dieron la aprobación para que se quedara con el argumento de que era un niño necesitado y debíamos prestarle toda la ayuda que fuera necesaria.
Al otro día mi consorte me dice en tono un poco secreto, hable con el chico y me dijo que él había decidido quedarse, porque en ninguna parte lo habían tratado tan bien como nosotros, para esa hora eran las diez de la mañana y estaba instalado en la computadora siendo asesorado por el más pequeño en el manejo del equipo, el resultado de esto fue que hable directa y francamente con él, haciéndole hincapié en que fuera sincero para evitarnos inconvenientes y problemas posteriores, si realmente deseaba unirse a la familia, de esa manera me llevo a conocer a varios de sus familiares entre ellos a una joven que era su hermana, que se mostro muy agradecida porque le brindáramos atención, nos dio muchos detalles y la escalofriante realidad de que eran siete hermanos en total, que todos habían sido abandonados en la calle por la madre y el padre y que personas bondadosas se habían hecho cargo de ellos, ella contaba con quince años y otro que estaba en la misma casa tenia catorce.
También me asesore con una educadora amiga y fuimos a un lugar en un campo donde había estudiado parte de la primaria, hablamos con las autoridades del plantel y dándonos más detalles sobre el, nos entrego los documentos de su pasantía por el lugar, fue matriculado en tercer grado por la maestra amiga en la escuela donde ella trabajaba, la cual se planteo el reto de convertirlo en un estudiante permanente y para que se diera cuenta de la seriedad del asunto ella lo llevaba y lo traía todos los días en su auto particular. No tuvimos inconvenientes con él y desde el primer día comenzó a llamarnos papa y mama respectivamente, tenía su cuarto independiente, su tiempo de entretenimiento y estaba integrado como uno de la familia en igualdad de condiciones, pasados cuatro meses mi esposa le llamo la atención por alguna travesura y yéndose con normalidad absoluta a estudiar, no regreso nunca más. Ese día averigüe donde podía estar y luego de varias idas y venidas, me entere donde estaba y regrese para calmar los ánimos y la inquietud que había ocasionado en la familia. De allí en adelante durante los cuatro años siguientes me lo encontraba ocasionalmente, lo saludaba y prácticamente esa era toda la comunicación, después de este tiempo un día en la mañana como ha sido mi habito más asiduo y permanente compro el periódico y en primera página con letras grandes y un enorme titular en rojo decía: ¡mataron al duende! Ese era el chico de mi lamentable historia, aun era un niño, solo tenía quince años, fue criado en la calle y no pudo aceptar la seguridad del hogar que se le brindo, pero no deja de darme vueltas en la mente la irresponsabilidad de "los padres de nombre, pero lejos de la realidad". Si no vas a ser responsable con los hijos que procreas evita hacerlo, porque un día tendrás que dar cuenta a Dios por ellos y debe ser buena.
Por
el pastor: Fernando Zuleta V.
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