El perdón es un mandato divino y no debe de ser tenido como una cualidad de las almas caritativas o bondadosas, a veces se confunde que el perdonar es la capacidad de individuos fuera de serie y de una estatura espiritual más elevada que la promedio de los mortales. El perdón es un atributo transferible de Dios, para que las personas puedan disfrutar de la paz espiritual y alegría y felicidad que se deriva de no tener nada contra nadie.
Una persona vive feliz cuando no tiene ninguna acusación pendiente contra otros, en otras palabras, a él nadie le debe nada, por lo cual no tiene preocupaciones que le quiten la tranquilidad, la peor rémora que arrastran los seres humanos es ser acreedores de deudas morales, es mantener la mente activa en busca de la fórmula para cobrar un agravio, la manera de pasar la factura o el mecanismo para resarcir una deuda pendiente. Esto no deja vivir a plenitud ni tener sosiego espiritual, por lo cual una existencia pensando en venganzas es una existencia triste y miserable.
La falta de perdón es una carga tan pesada que termina llevando al precipicio o pasando por encima del que lo padece, ya que su poder y gran peso radica en que es auto-destructivo y al que mas mal le causa es al ofendido, porque concentra toda su furia y fuerza en la mente y el corazón, alienándolo hasta llevarlo a su destrucción total.
Cuando perdonamos las ofensas tenemos que hacerlo incondicionalmente, esto no está supeditado a condicionamientos de ninguna naturaleza, el verdadero perdón no incluye clausulas que lo invaliden, ya que no se trata de un contrato bilateral, sino de una decisión individual y no tiene que depender de terceros para otorgarse, ni de la aprobación y aceptación del beneficiado directo, el perdón simplemente se da, si otro lo quiere o no, no es asunto del que lo otorga, nadie está obligado a recibirlo, pero a todos se nos ordena darlo.
Lo más difícil del perdón es que no exige nada a cambio, por lo cual no puede esperar ni gratitud, ni transformaciones en el comportamiento del que lo recibe y no existen garantías de ninguna índole, no hay que oír o exigir promesas, en algunas oportunidades los ofensores piden el perdón, en la mayoría de los casos nunca, pero en ambas ocasiones estamos obligados a darlo.
Dar el perdón no depende del estado de ánimo de los individuos, de que se den condiciones especiales o que, se presenten momentos oportunos para ello, sino de obedecer una orden irrevocable del Creador Supremo: ¡tienes que perdonar!
"El perdón no tiene fecha de vencimiento, ni contraindicaciones para revocarlo". Cuando se da el perdón no se vuelve a mirar al pasado, reviviendo en el presente la ofensa que nos hicieron, es algo que tiene que darse como finiquitado, esta humillación tiene que morir, ser sepultada y nunca más desenterrarse para revivirla bajo ninguna pretexto. No está permitido al que ofrece el perdón traer a la vida los muertos de un pasado que solo contribuirán a agregar dolor e infelicidad a quien no pueda poner una barrera infranqueable entre el pasado y el presente.
El perdonar no exige resarcir los daños causados por las faltas, al contrario no reclama reivindicaciones de ninguna naturaleza, porque no está basado en obtener prebendas, sino en darlo sin condiciones, ni limitaciones, por tal razón no se obtiene por meritos, el perdón no hay manera de ganarlo, el que lo quiera dar, lo da sin pedir nada a cambio y el que lo quiera recibir lo recibe solo dando el asentimiento.
Los sentimientos no son los que guían a dar el perdón, de otra manera nadie perdonaría, porque para ser sinceros nadie siente perdonar, lo que pasa es que existe una ley universal y absoluta establecida por el Único Juez Justo del Universo: el que no perdona, no puede ser perdonado.
Al perdonar no podemos medir el tamaño de la ofensa, la gravedad de ella, el tiempo que haya durado, ni los daños que causo, solo debemos perdonar y jamás traer al presente el recuerdo de la ofensa al ofensor, si tu le recuerdas las ofensas, tus heridas están abiertas y no has sanado, en ese caso tu no disfrutas de buena salud espiritual, ni de la armonía de una vida sin resentimiento.
Cuando decidimos perdonar no tenemos en cuenta nuestra capacidad de hacerlo, ni nuestro gran corazón, sino una demanda del Creador imposible de desviar, desvirtuar, omitir, cambiar, tergiversar, anular, pasar por alto, ignorar o simplemente disimular, porque no existe manera alguna de alterar, ya que es un decreto del Gran Rey registrado en su palabra, la cual tiene como sentencia inalterable: el cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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