“Si obtuviéramos lo que merecemos, con seguridad viviríamos en la turbulencia de un mar en tempestad”
Los seres humanos tenemos el horrible defecto de ser indulgentes y blandengues a la hora de ver nuestras propias carencias, pero somos extremadamente severos y críticos al juzgar los errores y equivocaciones ajenas.
Siempre se recurre al viejo proverbio que reza: equivocarnos es humano y el perdón es divino; de esta manera nos blindamos para recurrir sin tapujos a la detestable auto-conmiseración y así conseguir la benévola compasión de nuestros congéneres, logrando que suavicen y justifiquen todo aquello en que incurrimos al cometer errores y faltas.
Como individuos todo lo que hacemos tiene alguna justificación personal, pero lo que hace el del lado es injustificable, y ni siquiera es considerada la circunstancia en que ocurrieron los hechos. Ese es uno de los lados oscuros que tenemos es inherente a nuestra personalidad y muy pocos individuos logran deslastrarse de tan oprobiosa condición, bueno lo digo porque no conozco a nadie incluyéndome, que sea tan probo y este por encima de tan deleznable defecto.
Parece que este comportamiento está asociado con el narciso que todos llevamos por dentro y no con amarnos así mismo que es un mandato divino, lo primero es una enfermedad del espíritu, amalgamada con otras tendencias insanas que da origen a la propensión al amor enfermizo de la auto-compasión, lo segundo tiene que ver con la necesidad de tenernos aprecio y valorar los dones que el mismo Dios nos ha otorgado, para el disfrute personal y gloria del Creador.
Cuando lo que hacemos es erróneo siempre esperamos minimizar ante los demás sus consecuencias, cuando lo hace el vecino por regla general lo magnificamos, no tenemos el mismo rasero, sino que usamos el oprobioso ventajismo a nuestro favor, en consecuencia esperamos magnanimidad ante los desaciertos propios y juicio extremo ante los errores de los demás. En otras palabras la gente debe de ser recíproca y entenderme, porque todos nos equivocamos, pero en lo personal no estoy obligado a tener empatía y comprensión con los desmanes ajenos.
El conglomerado popular lo llama con sabiduría la ley del embudo y lo explican con acierto al decir: le gusta lo ancho para él y lo estrecho para los demás. Estamos condicionados por la aversión que tenemos a reconocer fallas y errores personales y jamás queremos que nuestra imagen se deteriore, porque la idea es que todos tengan buena opinión nuestra, algo imposible humanamente hablando, ni Dios mismo con su infinita sabiduría ha logrado que todos los hombres lo acepten para su propio bien y eterna salvación.
Nunca esperes que justificando tus fallas lograras buena opinión ajena, es más probable que tengas buena calificación si te muestras como en realidad eres, la gente se identifica más con quien tenga parecido y afinidad y no con extraterrestres.
Así lo expresa la Palabra de Dios: Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los espíritus.(pr. 16:2)
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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