Hoy me desperté pletórico, jubiloso, henchido de felicidad, desbordante de
alegría, dándole gracias a Dios por su maravillosa compañía en cada instante de
nuestras vidas y por su misericordia infinita manifestada en cada día,
recordando algunas situaciones vividas y de cómo intervino con su gracia y
poder para que continuáramos venciendo y así obtener la victoria final.
Puedo asegurar sin sombra de dudas que en lo personal soy un hombre de éxito,
que soy un triunfador y que tengo la estampa del vencedor, porque ver a mi hijo
Jonathan presentar la defensa de su tesis de grado de ingeniero agrónomo en la
sala 17 de conferencias de la universidad experimental Rómulo Gallegos de
San Juan de los Morros y obtener un
reconocimiento a la excelencia por el panel de evaluadores, las felicitaciones
por tan buen trabajo y los aplausos de todos los presentes por sus logros, para
mí significa conquistar la cumbre.
Seguro que el éxito personal es maravilloso, pero ser participante del
ajeno es excelso, por la simpleza de que queda a un lado el sórdido orgullo y
solo se hace presente la solidaridad con
el vencedor.
Hijo, conquistaste una de tus anheladas metas y al final el tesón y la
constancia de 20 años de esfuerzo se ven recompensados, con tu triunfo, que es
extensivo en primer lugar a tu familia, al círculo de amistades, a la comunidad
donde vivimos y de manera general a todos sin excepción, porque el triunfo de
un ser humano en cualquiera de sus manifestaciones que entrañe valores es de
toda la humanidad, cuando un hombre se supera el beneficio es para todos,
porque está dirigiendo su potencial a lo que debe ser el objetivo de todo representante de la especie humana: la superación.
Tu triunfo me honra y me llena por completo de la satisfacción del deber
cumplido y del éxito alcanzado, gracias hijo por darme tan extraordinario obsequio
de poder disfrutar de que eres un formidable vencedor y de convertir un sueño
en realidad.
¡GLORIA AL VENCEDOR!
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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