Remonto el vuelo como el águila, dejando el
mundo desgarrado por las heridas causadas por el odio, la ira, el resentimiento
y toda vileza de que es capaz de albergar el corazón irredento de la humanidad.
Se fue intempestivamente, sin previa
advertencia, escapando de la locura colectiva que ha contaminado esta tierra
llena de la miseria y la depravación, que han amontonado generación tras
generación en su ruta demencial al exterminio.
Su vida fue tan corta como el relámpago que
hiere los aires en su estentórea y rápida travesía y cruza la atmósfera enrarecida por las poluciones emanadas de las mentes
saturados por la pestilencia del pecado y la maldad; no tuvo oportunidad de conocer la terrible degradación humana,
ni el sabor amargo de la tragedia, no
termino su niñez y eso lo libro del temible engaño que produce la mentira y la
hipocresía.
Fuiste siempre niño y los niños son felices,
no porque no les falte nada, sino porque sus corazones, mentes y espíritus
están cerrados a la vacuidad y a la tempestad de quienes ha alcanzado el
conocimiento del bien y del mal
Pásate por este valle de sombra de muerte, sin
que las asechanzas tenebrosas de las fieras destructivas del odio, el orgullo y
la ingratitud pudieran hacer blanco en tu alma impoluta y cándida como lo
manifestaba tu permanente sonrisa, libre de prejuicios y perturbaciones
mundanales.
Si hay algo que mitiga y calma tu prematura
ausencia es el recuerdo de quien eras: un niño, travieso, alegre y lleno de la
confianza y la seguridad que solo da, el corazón sin mezquindad y el alma
inmaculada de quienes por ser niños son dueños del Reino de los cielos.
No podemos decir que no hay sufrimiento por tu partida
inesperada, pero si algo nos reconforta es que fuiste feliz en tu entorno
familiar e hiciste feliz a quienes
disfrutaron de tu corto peregrinaje terrenal.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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