El hombre busca la felicidad sin detenerse,
creando definiciones de ella y creyendo que la alcanzara cuando logre su
cometido personal, sin darse por enterado que ella solo se consigue si hace
todo lo posible por hacer felices a los demás.
¿NO TENGO DERECHO A SER FELIZ? Fue la pregunta
con que me abordo una dama que esperaba ser aconsejada y estaba pasando por una
crisis existencialista que no la dejaba hacer la elección correcta, tenía dos
hijos, producto de relaciones anteriores que habían fracasado y ella seguía en
la búsqueda de la ansiada y esquiva felicidad. Todo el mundo me dice que debo pensar en mis hijos y
procurar que ellos sean felices ¿y yo no tengo derecho a ser feliz? Volvió a
insistir, remachando: no puedo tener un hombre para disfrutar con él la vida,
soy una mujer joven y no pienso quedarme el resto de la vida sola.
La felicidad para la mayoría depende de lo que
elija para ser feliz, y por norma general siempre es egocentrista la elección, para esta dama la felicidad se
reducía a tener un acompañante con quien disfrutar el sexo, todo giraba en esa
órbita y por supuesto sus bases eran tan endebles que jamás la sustentarían, de
hecho la estaba condicionando a lo puramente circunstancial y momentáneo, su
definición y entendimiento de la felicidad estaba limitada a una necesidad
emocional y física que se centraba en sí misma, sin tener en cuenta las
consecuencias negativas que terceros podían acarrear.
Cuando se quiere ser feliz sin importar los
males que se ocasionan a los demás, estamos controlados por el
egoísmo y somos víctimas cautivas del auto-engaño, encerrados en la capsula de
la miseria espiritual, la visión de la realidad se hace borrosa y el camino
para transitar se llena de grandes obstáculos que impiden la llegada al
encuentro con ella.
Nadie puede ser feliz haciendo infelices a
otros, todos los opresores consiguen satisfacción personal a costa de los que
oprimen, y con la máscara del cinismo harán creer que son felices, pero en su fuero interno y en la
soledad de sus áridas vidas lloran su amargura ocultando su vergüenza y desazón.
La felicidad jamás se alcanza a expensas de
los demás, sino en el vínculo del amor fraternal donde la mayor preocupación es
el otro, ver felices a los que nos rodean debe ser un anhelo permanente, cuando
centramos el alcance de la felicidad en los logros para el disfrute personal y
la etiquetamos como un merecimiento, la reducimos al ámbito individual y tal vez
esa sea la mayor equivocación en el deseo perenne de alcanzarla al minimizarla
como objetivo propio y no colectivo.
Se confunde mucho la felicidad con el éxito
personal en cualquiera de sus manifestaciones y esto es lo más alejado de la
verdad, muchos han usado el dinero para alcanzarla y solo consiguieron sanguijuelas
que les chuparan la sangre; con abundancia de riquezas lo que más se consigue
son adláteres y aduladores, porque jamás se acercan al que lo tiene sino por el
interés mezquino de recibir beneficios personales, en realidad el dinero nunca
ha hecho amigos, pero si en abundancia oportunistas inescrupulosos.
La felicidad no la
consigues dentro de ti, no con posesiones, no con ser famoso, solo tienes que
mirar a tu lado, allí está el niño hambriento que mendiga pan, que clama por
protección, que esta desorientado y vive en completa abyección y desamparo, a tu
lado está el anciano víctima del abandono y la indiferencia de sus hijos y
descendencia, a tu lado está el depauperado indigente rechazado y menospreciado
por propios y extraños, a tu lado está la niña que violaron y arrastra un
vástago sin saber cómo lo sustentará, a tu lado está la madre abandonada con
una catorcera de muchachos que languidecen de hambre y se les niega la ternura
y la oportunidad de disfrutar su niñez y de crecer en un ambiente adecuado y
sano… y la felicidad está allí esperando para que la disfrutes y tiendas la
mano compasiva y compartas con quienes han sido menos afortunados.
Ser feliz
definitivamente es hacer felices a los demás, tu encuentro con la
felicidad se realiza cuando compartes
con otros menos afortunados lo poco o lo mucho que poseas.
Por el pastor: Fernando Zuleta V.
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