Ha sido una constante en la historia de la humanidad la
propensión a dominar, parece que la inclinación generalizada es tener bajo
control a los congéneres, muchos piensan
que solo hay dos grupos que componen la masa de habitantes terráqueos. Los que
ordenan y los que obedecen. Los primeros se consideran privilegiados, creen con
firmeza que su aparición en este mundo está signado por la providencia para subyugar y desde tiempos antiquísimos se
han considerado herederos de los dioses, tanto que algunos han pretendido ser de origen divino y a pesar
del avance en las ciencias y el saber, arrastramos en estos tiempos tan tecnificados
el pesado lastre de las monarquías ancestrales, donde pululan los reyes y príncipes.
No deja de ser llamativo el hecho de que ningún estado
quiera el gobierno de Dios y anhele con ansiedad el de los hombres, desde sus
albores el mismo pueblo elegido por Dios para que lo diera a conocer en el
mundo entero, rechazo la teocracia y decidió la monarquía, las razones siguen
siendo hoy las mismas que hace milenios atrás, un gobierno de Dios exige un
elevado estándar moral y el de los hombres permite el libertinaje.
Toda la pugnacidad y el antagonismo surgido de los seres
humanos contra Dios viene del deseo incontrolado del hombre de querer tener
todo sin reciprocidad, en los tiempos que corren el hedonismo ha alcanzado
decibelios cada vez más altos al reclamar derechos, sin practicar deberes. La
libertad la definen como el medio para hacer lo que venga en gana, sin aceptar
ninguna responsabilidad de su parte. Los sibaritas del sexo solo quieren
disfrutar el placer que origina las relaciones
sexuales, sin importar o reconocer las implicaciones que conlleva al
hacerlo sin discriminación, ni freno, ni control.
Somos dominados por que no somos capaces de controlar
nuestro propio espíritu, le damos rienda suelta a todas las apetencias
mundanales y el espíritu pierde la capacidad de acción y al ser debilitado es
sometido por los que tienen la fuerza y el poder físico.
Un espíritu que acepta la esclavitud se somete a la peor
bajeza y aunque lo liberen seguirá siendo esclavo, porque su pensamiento y
mente permanecerán sometidos, porque ha desaparecido la capacidad de tomar sus
propias decisiones.
Las cadenas de hierro no son las que esclavizan, sino los
eslabones enclaustrados en la mente que terminan con el sentido de libertad y
toman la esclavitud como estilo de vida. Si se piensa como esclavo no habrá
poder que libere, si piensa como libre
no habrá poder que esclavice.
La esclavitud seguirá siendo más un acto de sometimiento voluntario,
que una aptitud de poder del esclavista.
POR EL PASTOR: FERNANDO ZULETA VALLEJO
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